martes, 14 de enero de 2025

DOCTORES DE LA IGLESIA


 




De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo

(Respuesta 2, 1: PG 31, 908-910)

 

TENEMOS DEPOSITADA EN NOSOTROS UNA FUERZA QUE NOS CAPACITA PARA AMAR

 

El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.

Por eso nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.

Digamos en primer lugar que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos viciado su finalidad.

En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.

Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.

Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.

REFLEXIÓN

Llevamos en nosotros todo lo necesario para lograrnos como humanos, como hombre y mujer, como administradores de la creación, como correspondientes al amor de Dios. Si usamos de nuestra inteligencia y corazón para seguir la conducción que ese don impulsa. Si escuchamos la voz que ese don susurra o clama, si amamos para hacer el bien, más allá de nosotros mismos y el auto-centrismo que desvía su fuerza.

lunes, 13 de enero de 2025

PALABRA COMENTADA


 

Lunes 1 de tiempo ordinario

Hebreos 1,1-6




REFLEXIÓN

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetasAhora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo

Esta es la novedad según la Palabra y para la cual somos testigos de una definitiva buena nueva: ahora Dios habló por el Hijo, alguien que proviene de la intimidad de Dios.

Sí, hay para nosotros los cristianos un ser participado por fe, cualitativamente distinto: pertenecer a la última etapa de la Palabra. Hemos llegado al techo de lo que podemos crecer y esperar. Después no hay nada más y nada menos que la divinidad.

El autor de esta reflexión se dirige a un auditorio aún apegado a formas judaicas para asestar un golpe definitivo: no más mirar hacia atrás, hacia las sombras, porque estamos en el futuro, en la luz.

Difícil de creer con tanto espanto y tiniebla circundante, pero hemos de creer.

Se afirma una plenitud de Palabra en el Hijo. Parece que no se tiene por buena esa afirmación, en ciertos círculos exploratorios, que buscan otras profecías, fuera de la plenitud de Jesucristo.

Para muchos no parece suficiente su palabra, sino que hay que buscar en otras religiones algo más. No me refiero a los que buscan confirmar esa plenitud sino a los que la reemplazan.

Parece cosa buena para el diálogo interreligioso, interconfesional, ir más allá de Cristo. Sin embargo no es el camino que nos indica la Palabra en el Nuevo Testamento.

Él sostiene el universo con su palabra poderosa

Le da pleno sentido, acabada comprensión, aceptación del designio.

habiendo realizado la purificación de los pecados

Efectivamente ya no hay pecado…si no queremos.

Para que lo haya se requiere nuestra anuencia.

Todo es posible, aun vivir sin desviarnos, si queremos.

Para eso se puso el Hijo de nuestro lado y nos enseñó cómo se hace para vivir sin pecado.

Salmo responsorial: 96




REFLEXIÓN

El Señor reina, la tierra goza

Estamos entonces instalados ya en un reino del heredero de todo: el Hijo. Si queremos no tenemos pecado, ni nos distanciaremos de Él.

Por lo tanto podemos vivir el gozo de la justicia de Dios entre nosotros, como hermanos, si queremos.

Justicia y derecho sostienen su trono

Un orden, una economía en el que reinan las bienaventuranzas. Es el reino de Dios. Ciertamente no es un reino “espiritual” como sinónimo de alienación de la verdad histórica, pero es transhistórico y transignificado: da a entender con luces y mociones, regiones profundas de relaciones nuevas, justas, amorosas, fraternales.

Marcos 1,14-20




REFLEXIÓN

"Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio."

Un mensaje que pretende ubicarnos ya, de una vez por todas en un dominio:el reino de Dios.

Por supuesto, si queremos. Por eso la necesidad de convertirse y creer. Nada de eso se puede procesar sin nuestra anuencia.

Y cómo queremos? Utilizando la tipología ignaciana de los ejercicios espirituales:como primer, segundo o tercer binario?

En esta tipología cabemos y caemos todos los que existimos, y a quienes conocemos. Vemos personas, y hasta lo somos por tiempo, que nada que ver con el reino de Dios, mientras nos ocupamos de otras cosas. Un olvido de esa dimensión que nos lleva hasta la posibilidad de grandes crímenes y ofensas.

Vemos también otros y hasta lo somos, cómplices de la componenda y la corrupción, queriendo el reino a ratos, pero frenándose cuando se es afectado en los más caros intereses.

Pero para nuestra esperanza y reforzamiento vemos, y hasta ocasionalmente lo somos, a quienes se desgastan por el amor solidario y el Señor es la constante en el sentido de su vida corriente. Gente de bien en mejor subiendo.

Gracias a Dios tenemos hermanos así que nos jalan a mayor entrega.

Mensaje sencillo de realización de algo deseado y anhelado desde antiguo: un nuevo modo y orden de realidad. Pero es una invitación a la co-responsabilidad, a la conversión. Un nuevo pacto.

El anuncio de Jesús es sobre un reino que está cerca, próximo, a la mano. Como el/la vulnerable que se me aproxima, se me hace cercano/a en su dolor para tocar mis entrañas de misericordia, que se aguan si accedo a convertirme

"Venid conmigo y os haré pescadores de hombres."

Jesús da a entender un reino en convivencia cooperadora. Donde el líder que es él, gusta de formar equipo y comparte responsabilidades.

Un estilo de vida que podemos extender a nuestra familia, trabajo, estudio, amistades. Donde da gusto estar y juntos nos animamos a luchar.

Acto seguido llamó a la colaboración.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1348600460865888256?s=20

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Lunes 1 de tiempo ordinario

Hebreos 1,1-6

Salmo responsorial: 96

Marcos 1,14-20