Lunes
II
San Juan de la Cruz 2 Subida al monte
Carmelo 22, 3-4
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o
querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría
agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa
o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si te tengo ya
hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que
te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él;
porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún
más de lo que pides y deseas. Porque desde el día que bajé con mi espíritu
sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he
complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y
respuestas, y se la di a el; oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar,
más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y
si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de
Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la
doctrina de los evangelistas y apóstoles».
REFLEXIÓN
La claridad de que todo está en Cristo revelado, no es
suficiente para algunos que no se sacian de dudar y buscar más explicaciones,
más detalles, más matices, más excepciones. En cierta forma rehuimos asumir
nuestra responsabilidad de pecador, destinado al perdón sí, pero pecador.
Aunque aun esto es disminuído y disimulado, para que no nos enfriemos más, y no
sigamos haciendo pucheros. No aceptamos el pan con corteza y aún anhelamos la
papilla de bebés. Un remedo de las ollas de Egipto.
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