San Hilario Salmo 132
Ved qué dulzura y qué delicia, convivir
los hermanos unidos. Ciertamente, qué dulzura, qué delicia cuando los hermanos
conviven unidos, porque esta convivencia es fruto de la asamblea eclesial; se
los llama hermanos porque la caridad los hace concordes en un solo querer.
Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba
esta norma tan importante: En el grupo de los creyentes todos pensaban y
sentían lo mismo. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos
bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos
concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo
cuerpo que es único. Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. El
salmista añade una comparación para ilustrar esta dulzura y delicia, diciendo:
Es ungüento precioso en la cabeza, que baja por la barba de Aarón, hasta la
franja de su ornamento. El ungüento con que Aarón fue ungido sacerdote estaba
compuesto de substancias olorosas.
REFLEXIÓN
En el siglo que
vivimos la discrepancia es moneda corriente de curso legal, y la polémica un
estilo de conversación e intercomunicación. Quizás nuestra concordia fraternal
se sienta un poco agredida y amenazada por ese estilo de verdad y honestidad.
La prioridad allí se pone en la transparencia que deja saber lo que se piensa,
sin darle un segundo momento. Sin embargo, el resultado no pocas veces es el
rompimiento de la concordia y el buen ánimo de entendimiento. Hasta parece una
cizaña sembrada en el campo sembrado, que pone en peligro la cosecha.
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