domingo, 21 de febrero de 2021

DOCTORES DE LA IGLESIA

 

 San Agustín Salmo 60,2-3

Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde todos los confines de la tierra con el corazón abatido. Por lo tanto, si invoca desde todos los confines de la tierra, no es uno solo y, sin embargo, es uno solo, porque Cristo es uno solo y todos nosotros somos sus miembros.

El Cristo total se encuentra desde todos los seres de la creación, esparcidos por todas partes, en súplica, en clamor, desde un corazón abatido, exhibiendo el rigor del esfuerzo, en suma fatiga, en ardorosa campaña

¿Y quién es ese único hombre que clama «desde todos los confines de la tierra»? Los que invocan «desde todos los confines de la tierra» son los llamados a aquella herencia, a propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. De manera que quien clama «desde todos los confines de la tierra» es el cuerpo de Cristo, la heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos nosotros.

Los que piden como una sólo voz, en Cristo, no son alienígenas, ni marginados, ni periféricos, ni desechados, sino todo lo contrario, son los dueños con Cristo y en Cristo. A quienes le cabe el derecho de posesión de todo. Son los que paradójicamente, unos a otros , entre ellos, se excluyen del patrimonio común , entre sí no reconocen sus derechos comunes, herederos que se roban a otros su herencia, su título de heredero, y se apropian contra muchos, de lo que les pertenece a todos los miembros de Cristo

Y ¿qué es lo que pide? Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. Te invoco desde todos los confines de la tierra. O sea: «Esto que pido, lo pido desde todos los confines de la tierra», es decir, desde todas partes.

Lo que pide el clamor es que escuche Dios, el Padre del Cristo, el que ha dado al Hijo y sus miembros la herencia, el patrimonio, a heredad. Que escuche una vez más, que siga escuchando siempre, que nunca se haga sordo.

Pero, ¿por qué ha invocado así? Porque tenía el corazón abatido. Con ello da a entender que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe entero, con gran gloria, ciertamente, pero también rodeado de graves tentaciones.

Desde el que clama, los que claman, hay abatimiento generalizado, postración indiscutible, dado que sucede que no podemos resolver, tiempo ha, esta división por las que unos niegan a otros los mismos derechos.

Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.

Ciertamente ahora nos conocemos como fratricidas, los que nos llamábamos hermanos, miembros de la familia humana. Por la tentación y la acción del despojo de los otros hermanos, nos conocemos ladrones y criminales. Solo unos pocos se convierten en vencedores que progresan a través del combate contra la tentación de sofocar al propio hermano sus derechos.

Éste que invoca desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, a su cuerpo, quiso prefigurarnos también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo, a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza les precedió. De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo nuestro Señor se dejó tentar por el demonio. ¡Nada menos que Cristo tentado por el demonio! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en él, también en él vencemos al demonio. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado el demonio; pero si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado.

Por lo tanto tanta postración no es permanente, ni definitiva, porque Cristo cabeza nos alienta a sacudirnos la desigualdad que reina entre los herederos, a superar la división por las que unos sobre los muchos roban lo común.

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