Martes, XX semana
San Bernardo Homilías sobre las
excelencias de la Virgen Madre 2,1-2.4
El único nacimiento digno de Dios era el
procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien
naciere de ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto, el Hacedor del
hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor
dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual él sabía que había
de serle conveniente y agradable. Quiso, pues, nacer de una virgen inmaculada,
él, el inmaculado, que venía a limpiar las máculas de todos. Quiso que su madre
fuese humilde, ya que él, manso y humilde de corazón, había de dar a todos el
ejemplo necesario y saludable de estas virtudes. Y el mismo que ya antes había
inspirado a la Virgen el propósito de la virginidad y la había enriquecido con
el don de la humildad le otorgó también el don de la maternidad divina. De otro
modo, ¿cómo el ángel hubiese podido saludarla después como llena de gracia, si
hubiera habido en ella algo, por poco que fuese, que no poseyera por gracia?
Así, pues, la que había de concebir y dar a luz al Santo de los santos recibió
el don de la virginidad para que fuese santa en el cuerpo, el don de la
humildad para que fuese santa en el espíritu. Así, engalanada con las joyas de
estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura de su alma y de su
cuerpo, conocida en los cielos por su belleza y atractivo, la Virgen regia
atrajo sobre sí las miradas de los que allí habitan, hasta el punto de enamorar
al mismo Rey y de hacer venir al mensajero celestial. Fue enviado el ángel,
dice el Evangelio, a la Virgen. Virgen en su cuerpo, virgen en su alma, virgen
por su decisión, virgen, finalmente, tal cual la describe el Apóstol, santa en
el cuerpo y en el alma; no hallada recientemente y por casualidad, sino elegida
desde la eternidad, predestinada y preparada por el Altísimo para él mismo,
guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los padres antiguos,
prometida por los profetas.
REFLEXIÓN
La devoción Mariana es
pieza insustituíble de la espiritualidad bíblica por el sentido de
emparejamiento que subsana la primera pareja del mundo. El adorno de esta
figura fundamental por una acumulación de adjetivos y conveniencias, es un
ejercicio de amor que construye un perfil adecuado y proporcionado, para que la
mujer se ubique en un rol protagónico de la empresa de salvación. Este
ejercicio arraiga en el afecto de multitudes en todas las latitudes,
especialmente hoy , que el rescate de la importancia de la participación de la
mujer en las responsabilidades del mundo, es tenazmente propuesto y defendido.
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