San León Magno Sermón sobre la Pasión 12,3,6-7
Es indudable, queridos hermanos que la
naturaleza humana fue asumida tan íntimamente por el Hijo de Dios, que no sólo
en él, que es el primogénito de toda criatura, sino también en todos sus
santos, no hay más que un solo Cristo; pues del mismo modo que la cabeza no
puede separarse de los miembros, tampoco los miembros de la cabeza.
REFLEXIÓN
La intimidad es una nota
que da a la unidad un toque entrañable. Somos entrañables unos a otros miembros
entre nosotros con la cabeza. Quién hay que sufra, que yo no sufra; quién
alegre , que yo me alegre. Un circuito
de empatía nos invade, más allá de la división.
Aunque no es propio de esta vida, sino
de la eterna, el que Dios lo sea todo en todos, no por ello deja de ser ya
ahora el Señor huésped inseparable de su templo que es la Iglesia, de acuerdo
con lo que él mismo prometió al decir: Sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo. Por ello, todo cuanto el Hijo de Dios hizo y
enseñó para la reconciliación del mundo, no sólo podemos conocerlo por la
historia de los acontecimientos pasados, sino también sentirlo en la eficacia
de las obras presentes.
La información de la
historia puede ser sentida por la espiritualidad. Es la actividad que
introyecta en las vivencias profundas todo cuanto tiene que ver con la historia
de salvación.
Por obra del Espíritu Santo nació él de
una Virgen, y por obra del mismo Espíritu Santo fecunda también su Iglesia
pura, a fin de que dé a luz a multitud innumerable de hijos de Dios, de quienes
está escrito: éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor
humano, sino de Dios. Él es aquel vástago en quien fue bendecida la
descendencia de Abrahán y por quien la adopción filial se extendió a todos los
pueblos, llegando por ello Abrahán a ser el padre de todos los hijos nacidos,
no de la carne, sino de la fe en la promesa.
REFLEXIÓN
La fe en la promesa es
fértil, pues atañe a todo pueblo y nación. Ella tiende a una cristalización que
desde la fe en el crucificado glorificado, entendemos como su final feliz, para
todos. Por eso unos a otros conferimos promesa y realización, de fe en fe, como
verdaderos justos.
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