Miércoles, XXIX semana
San Agustín Carta a Proba 130,12, 22-13,24
Quien dice, por ejemplo: Como mostraste
tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y saca veraces a tus
profetas, ¿qué otra cosa dice sino: Santificado sea tu nombre? Quien dice: Dios
de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa
dice sino: Venga a nosotros tu reino? Quien dice: Asegura mis pasos con tu
promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino: hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo? Quien dice: No me des riqueza ni
pobreza, ¿qué otra cosa dice sino: El pan nuestro de cada día dánosle hoy?
Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien: Señor, si
soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué
otra cosa dice sino: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a
nuestros deudores? Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, protégeme de
mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino: Líbranos del mal? Y, si vas
discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada
hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical.
REFLEXIÓN
Sabiendo que es Dios quien puso en nuestro interior la oración, como su inspirar y expirar, en ella hacemos la búsqueda de qué, cómo, cuándo pedir para nuestra felicidad concreta hoy y mañana y siempre. En el cada día que respiramos a Dios como orantes, vamos construyendo la felicidad anhelada, que es el objetivo de nuestra misión humana. Hacer su voluntad es vivir en Él, al ritmo de nuestra respiración, que inspira y exhala.
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