Viernes, XXIX semana
San Agustín Ciudad de Dios 10,6
Verdadero sacrificio es
toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir,
toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la
verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a
socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio.
Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el Sacrificio éste, sin
embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual
llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que
incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el
bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para
Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe
tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma
agradando a Dios.
REFLEXIÓN
Llamar
sacrificio al que exclusivamente se hace por Dios, parece hoy en dia una
herejía contra el valor del ser humano, quien se dice merecer necesariamente la
pena del denodado esfuerzo de todo humano, para ser amado por sí mismo. Se dice
que Ireneo propone la gloria de Dios en el hombre que puede vivir. Es decir, no
dicotomiza entre uno y otro, porque parece que quien dice hombre o mujer, dice
Dios. Sin embargo, hemos de hacer un
énfasis sin descansar: el humano o humana endiosado es el que participa de la
vida nueva en Jesús muerto y resucitado. La humanidad nueva que amaneció en
Cristo Jesús. Si el sacrificio por el hombre y amarlo es por él como hijos del
Dios viviente, no habría que dividirse. Mas sabemos que en el nombre de Dios se
exorciza todo mal e impura motivación, y se ama mejor.
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