Viernes III
San Agustín Comentario sobre los salmos 37,13-14
Los gemidos
de mi corazón eran como rugidos. Hay gemidos ocultos que nadie oye; en cambio,
si la violencia del deseo que se apodera del corazón de un hombre es tan fuerte
que su herida interior acaba por expresarse con una voz más clara, entonces se
busca la causa; y uno piensa para sí: «Quizá gima por aquello, y quizá fue
aquello lo que le sucedió». ¿Y quién lo puede entender como no sea aquel a cuya
vista y a cuyos oídos llegaron los gemidos? Por eso dice que los gemidos de mi
corazón eran como rugidos, porque los hombres, si por casualidad se paran a
escuchar los gemidos de alguien, las más de las veces sólo oyen los gemidos
exteriores; y en cambio no oyen los gemidos del corazón. ¿Y quién iba a poder
interpretar la causa de sus gemidos? Añade por ello: Todo mi deseo está en tu
presencia. Por tanto, no ante los hombres, que no son capaces de ver el
corazón, sino que todo mi deseo está en tu presencia. Que tu deseo esté en su
presencia; y el Padre, que ve en lo escondido, te atenderá. Tu deseo es tu
oración; si el deseo es continuo, continua también es la oración. No en vano
dijo el Apóstol: Orad sin cesar.
REFLEXIÓN
Teóricos del inconsciente identifican la energía
inacabable del deseo, porque no se extingue, aunque pase por muchos objetos,
como un caballo en carrera de salto. Tal calidad de inextinguible se toma por
su intensidad, y dominio, como tortura y sufrimiento muchas veces, porque no
deja de provocar gemidos y como el espejismo, corre de uno tras otro objetivo.
Pero si ello mismo por la filiación es entregado al Padre como oración, también
deja de extinguirse como un ruego sempiterno.
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