31 de diciembre
San León Magno Sermón en la Natividad del Señor 6,2-3.5
Aunque
aquella infancia, que la majestad del Hijo de Dios se dignó hacer suya, tuvo
como continuación la plenitud de una edad adulta, y, después del triunfo de su
pasión y resurrección, todas las acciones de su estado de humildad, que el
Señor asumió por nosotros, pertenecen ya al pasado, la festividad de hoy
renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen
María; de modo que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador,
resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo. Efectivamente, la
generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la
cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo. Aunque cada uno de los que llama el
Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque
todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos,
con todo, la totalidad de fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con
Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en
su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la
derecha del Padre en su ascensión. Cualquier hombre que cree –en cualquier
parte del mundo–, y se regenera en Cristo, una vez interrumpido el camino de su
vieja condición original, pasa a ser un nuevo hombre al renacer; y ya no
pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador,
que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a
ser hijos de Dios.
REFLEXIÓN
Jesús es nuestra paz, y con Él recorremos
mistagógicamente sus pasos históricos, desandando nuestro itinerario desviado
en el principio. Por eso celebramos litúrgicamente, sacramentalmente los
momentos de la vida de Jesús y sus seguidores, entre ellos su Madre y Padre.
Así en cada hito depuramos y fortalecemos nuestra propia historia, porque la
salvación va operando su sanación.
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