San Basilio
Magno Sobre el Espíritu Santo 26, 61.64
De quien ya
no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en virtud del Espíritu de Dios,
se llama hijo de Dios y se ha vuelto conforme a la imagen del Hijo de Dios, se
dice que es hombre espiritual. Y así como la capacidad de ver es propia de un
ojo sano, así también la actuación del Espíritu es propia del alma purificada.
Así mismo, como reside la palabra en el alma, unas veces como algo pensado en
el corazón, otras veces con algo que se profiere con la lengua, así también
acontece con el Espíritu Santo, cuando atestigua a nuestro espíritu y exclama
en nuestros corazones: Abba (Padre), o habla en nuestro lugar, según lo que se
dijo: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará
por vosotros. Ahora bien, así como entendemos el todo distribuido en sus
partes, así también comprendemos el Espíritu según la distribución de sus
dones. Ya que todos somos efectivamente miembros unos de otros, pero con dones
que son diversos, de acuerdo con la gracia de Dios que nos sido concedida. Por
ello precisamente, el ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la
cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito.» Sino que todos los miembros
completan a la vez el cuerpo de Cristo, en la unidad del Espíritu; y de acuerdo
con las capacidades recibidas se distribuyen unos a otros los servicios que
necesitan.
REFLEXIÓN
No hay vida verdadera, espiritual sin Espíritu de Dios, Espíritu Santo. Podemos creerlo imperceptible, pero sus efectos nos traen a la conciencia la presencia activa de su influjo: sentirnos uno, sentirnos unos en relación con otros, sentirnos unos en gozo o sufrimiento de otros y por otros, sentirnos gozosos de otros y otras. Sentir la simbiosis entre espíritu y carne que no permite nuestro envilecimientos absoluto, sino que empuja a la regeneración. Sentirnos vibrantes con su Palabra y mensaje en nuestros pechos, que no podemos contener ante el Pueblo.
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