lunes, 2 de enero de 2023

DOCTORES DE LA IGLESIA


 

San Basilio Magno Sobre el Espíritu Santo 26, 61.64

De quien ya no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en virtud del Espíritu de Dios, se llama hijo de Dios y se ha vuelto conforme a la imagen del Hijo de Dios, se dice que es hombre espiritual. Y así como la capacidad de ver es propia de un ojo sano, así también la actuación del Espíritu es propia del alma purificada. Así mismo, como reside la palabra en el alma, unas veces como algo pensado en el corazón, otras veces con algo que se profiere con la lengua, así también acontece con el Espíritu Santo, cuando atestigua a nuestro espíritu y exclama en nuestros corazones: Abba (Padre), o habla en nuestro lugar, según lo que se dijo: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Ahora bien, así como entendemos el todo distribuido en sus partes, así también comprendemos el Espíritu según la distribución de sus dones. Ya que todos somos efectivamente miembros unos de otros, pero con dones que son diversos, de acuerdo con la gracia de Dios que nos sido concedida. Por ello precisamente, el ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito.» Sino que todos los miembros completan a la vez el cuerpo de Cristo, en la unidad del Espíritu; y de acuerdo con las capacidades recibidas se distribuyen unos a otros los servicios que necesitan.

REFLEXIÓN

No hay vida verdadera, espiritual sin Espíritu de Dios, Espíritu Santo. Podemos creerlo imperceptible, pero sus efectos nos traen a la conciencia la presencia activa de su influjo: sentirnos uno, sentirnos unos en relación con otros, sentirnos unos en gozo o sufrimiento de otros y por otros, sentirnos gozosos de otros y otras. Sentir la simbiosis entre espíritu y carne que no permite nuestro envilecimientos absoluto, sino que empuja a la regeneración. Sentirnos vibrantes con su Palabra y mensaje en nuestros pechos, que no podemos contener ante el Pueblo.

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