San Agustín
Tratado sobre el evangelio de san Juan 17,7-9
Vino el
Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de
él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la
ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad. Recordad
conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en
extremo familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los
recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones.
Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el
corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo. He
aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el
pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios
es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el
primero en el rango de la acción. Pues el que te puso este amor en dos
preceptos no había de proponer primero al prójimo y luego a Dios, sino al
revés, a Dios primero y al prójimo después.
REFLEXIÓN
Amar al prójimo, con discreción, al modo de Jesús.
Amar discerniendo el mayor bien, el urgente, el universal, el desprendido. Sin
posesión ego-ista, sin lucro, esclavitud, opresión, perjuicio o daño. Un amor
colirio que aclara la visión de Dios amor. Un amor que se recupera de las
frustraciones, la falta de agradecimiento y correspondencia, de las malas
interpretaciones, de la suspicacia y malicia, para no detenerse aunque duela.
En esa energía inclaudicable se muestra el Espíritu de Dios, que ama hasta el
fin, eternamente.
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