miércoles, 7 de agosto de 2024

SAN CARLO ACUTIS DE ASIS

BEATO CARLO


San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo
(PG 46, 430-432)
Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo

El que ha recibido el baño del segundo nacimiento es como un recluta recientemente enrolado en los cuadros del ejército, pero que todavía no ha llevado a cabo hazaña alguna ni nada digno de un aguerrido soldado. Pues lo mismo que el recluta no se considera un hombre fuerte por el mero hecho de haberse ceñido el cinturón y vestido la clámide, ni se presenta confiadamente al rey hablándole como un familiar, ni le pide recompensas reservadas para quienes trabajaron y se portaron valerosamente; así tampoco tú, no pienses que, por haber conseguido la gracia, vas a poder vivir con los justos y compartir con ellos la herencia si antes no soportas muchos peligros por la fe, si no has declarado la guerra a la carne y, con ella, no hubieras resistido con valentía al diablo y a todas las saetas de los espíritus malignos.

Más aún, echemos mano, si os parece, de las mismas palabras del Señor, que serán pronunciadas en el juicio universal, y que aclara lo que venimos diciendo: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. ¿Por qué razón? No porque os habéis revestido de incorruptibilidad, ni porque habéis lavado vuestros pecados, sino porque os habéis conducido correctamente en el área de la caridad. Y sigue a continuación el catálogo de los que fueron alimentados, saciada su sed, vestidos. Y con razón juzga así el Juez que no puede equivocarse. De hecho, la gracia es un don del Señor. Ahora bien, el que es honrado, lo es justamente por el comportamiento de la propia vida.

En cambio, nadie pide una recompensa por la gracia recibida, sino que más bien se convierte en deudor. Por lo cual, cuando fuéremos iluminados por el bautismo, debemos estar agradecidos a nuestro bienhechor. Y nuestra gratitud para con Dios consiste en practicar la misericordia con nuestros consiervos, en procurar nuestra salvación y en ejercitarnos en la virtud.

Abandonad, pues, vuestra inconsistente opinión, vosotros los que retrasáis el bautismo hasta la hora de la muerte, en la convicción de que la fe requiere a su hermana, la esperanza, o sea, la conducta que nace de la caridad de la vida. De ella nos haremos dignos por la voluntad y ayuda de Dios, a quien le es debida la adoración ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

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