BEATO CARLO
El P. Sandro Villa fue el capellán del hospital del Hospital San Gerald en las afueras de Milán que le dio a Acutis la Unción de los Enfermos y la Santa Comunión el 10 de octubre de 2006, el día antes de que Acutis entrara en coma debido a una hemorragia cerebral causada por el subtipo M3 de leucemia mieloide aguda. Villa compartió en un evento en Asís el 13 de octubre que fue conmovido por la "compostura y devoción" de Acutis al recibir los sacramentos en la habitación del hospital. "En una pequeña habitación, al nal del pasillo, me encontré frente a un niño. Su rostro pálido pero sereno me sorprendió, impensable en una persona gravemente enferma, especialmente en un adolescente", dijo. "También me sorprendió la compostura y la devoción con la que, aunque con dicultad, recibió los dos sacramentos. Parecía muy joven, expresó un amor especial por Dios, a pesar de que sus padres católicos habían dejado de asistir a misa.
La Dra. Andrea Biondi y el Dr. Mómcilo Jankovic, que trataron a Acutis en la clínica pediátrica del Hospital St. Gerald, grabaron sus recuerdos juntos en un periódico que fue leído en voz alta en el evento. Dijeron: "Carlo era como un meteorito con un rápido paso por nuestro barrio; leucemia se lo llevó antes de que pudiéramos llegar a conocerlo incluso un poco. Sin embargo, sus dulces ojos permanecen arraigados [en nuestros recuerdos]. Su mirada estaba llena de atención ... de valor, de amor, de fuerte empatía.
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del
Concilio Vaticano segundo
(Núms. 18. 22)
EL MISTERIO DE LA MUERTE
Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran
acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no
puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón. Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso interrogante sobre su porvenir; y, al mismo tiempo, le ofrece la posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.