BEATO CARLO
Para mí, la
respuesta es que Carlo nos regaló por un instante poder poner la mirada
en el Cielo. Sí, en medio de la peor pandemia que pudiéramos haber
imaginado alguna vez, en medio de un encierro que nos asfixia, de un
aislamiento que nos arrojó a la más profunda soledad, las nubes de
nuestro cielo se abrieron y por un tiempito pudimos vislumbrar a lo que estamos
llamados: ¡al Cielo!
De las homilías de un autor espiritual del siglo cuarto
(Homilía 18, 7-11: PG 34, 639-642)
LLEGARÉIS A VUESTRA PLENITUD, SEGÚN LA PLENITUD TOTAL DE CRISTO
Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer de lo alto
por el Espíritu Santo y poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son
guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son conducidos de
manera invisible y suave por la acción de la gracia.
A veces, lloran y se lamentan por el género humano y ruegan por él con lágrimas y
llanto, encendidos de amor espiritual hacia el mismo.
Otras veces, el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan grandes que, si
pudieran, abrazarían en su corazón a todos los hombres, sin distinción de buenos o malos.
Otras veces, experimentan un sentimiento de humildad que los hace rebajarse por
debajo de todos los demás hombres, teniéndose a sí mismos por los más abyectos y
despreciables.
Otras veces, el Espíritu les comunica un gozo inefable. Otras veces, son como un
hombre valeroso que, equipado con toda la armadura regia y lanzándose al combate,
pelea con valentía contra sus enemigos y los vence. Así también el hombre espiritual,
tomando las armas celestiales del Espíritu, arremete contra el enemigo y lo somete bajo
sus pies.
Otras veces, el alma descansa en un gran silencio, tranquilidad y paz, gozando de un
excelente optimismo y bienestar espiritual y de un sosiego inefable.
Otras veces, el Espíritu le otorga una inteligencia, una sabiduría y un conocimiento
inefables, superiores a todo lo que pueda hablarse o expresarse.
Otras veces, no experimenta nada en especial.
De este modo, el alma es conducida por la gracia a través de varios y diversos estados,
según la voluntad de Dios que así la favorece, ejercitándola de diversas maneras, con el
fin de hacerla íntegra, irreprensible y sin mancha ante el Padre celestial.
Pidamos también nosotros a Dios, y pidámoslo con gran amor y esperanza, que nos
conceda la gracia celestial del don del Espíritu, para que también nosotros seamos
gobernados y guiados por el mismo Espíritu, según disponga en cada momento la
voluntad divina, y para que él nos reanime con su consuelo multiforme; así, con la ayuda
de su dirección y ejercitación y de su moción espiritual, podremos llegar a la perfección de
la plenitud de Cristo, como dice el Apóstol: Así llegaréis a vuestra plenitud, según la
plenitud total de Cristo.