BEATO CARLO
“Todos en el vecindario lo conocían. Cuando pasaba en su bicicleta se detenía a saludar a los porteros, muchos de ellos musulmanes o hindúes.(Ellos estuvieron presentes en su funeral) Les habló de sí mismo, de su fe y escucharon a este joven amable y afable, dulce y encantador. A la hora del almuerzo ponía la comida sobrante en recipientes de comida para llevar a las personas sin hogar de la zona”,
contó Rajesh que fue hasta Asís para estar presente en la ceremonia de beatificación de Carlo.
24(23)
¿Quién
puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El
hombre de manos inocentes / y puro corazón, / que no confía en los ídolos
La pneumatización de la carne acarreada por el Espíritu en la fe
agónica, tiende a volver inocentes las manos humanas, puro su corazón, y
desconfiado de la sacralización de otra carne. Caminar hacia la dignidad de la
persona significa ascender al monte del Señor Dios y Padre de Jesucristo.
Son varios los genios de la espiritualidad que han usado la imagen
de la ascensión dificultosa para ubicarse en la trascendencia.
Pero no se puede ascender a las regiones más puras, de plena
libertad del Señor, sin irse liberando del peso de los ídolos. Un ejercicio sin
fin hasta coronar el monte.
Los ídolos son muchos: sexo, dinero, fama, poder. Se puede estar
inocente de ellos, y no haber enturbiado el corazón con anhelos? No parece tan
sencillo si se vive y sobrevive en el mundo de hoy.
Lo escuchamos y anhelamos, pero no lo obtenemos completamente.
Seguimos cayendo.
Desde toda región, desde todo estrato, desde toda edad, van
surgiendo los que se decantan por tal programa.
Los ídolos están a nuestro alcance, podemos interactuar con ellos,
pero no debemos confiar. Cualquier realidad que se erige en nuestro absoluto y
nos subyuga es el ídolo propio. El proceso de conversión implica despegarse
continua y ascensionalmente.
La pureza del corazón no consiste en no tener ídolos, sino en no
confiar en ellos.
La producción de ídolos no parará en toda nuestra existencia,
porque nuestro caminar constantemente anhela un absoluto y a veces claudica,
por el rigor del camino.
Cualquiera que cumple con este perfil es un santo de Dios.
Los ídolos pueden revolcarnos, pero no derrotarnos, si contamos con
la justicia del Señor.
Éste es
el grupo que busca al Señor, / que viene a tu presencia
Siempre estamos en algún grupo: familiar, laboral, social. No
necesariamente a cargo, pero en y con ellos: hombres y mujeres y niños que nos
donaste conocer y amar, y que en algunos casos nos hemos equivocado al excluir
con nuestras acciones y palabras.
Y así pedimos que nos mires con amor, más allá de nuestra falta de
responsabilidad.
Entrar en el misterio del Señor requiere poner aparte el propio
aferramiento incluso a lo más apreciado: el propio criterio. Éste se puede
constituir en un ídolo.
En el baluarte de la conciencia, a la escucha de la Palabra, la
actitud más pura es la desconfianza de los ídolos y la confianza en el Señor.
Se dice pronto, pero se conjuga en la vida diaria con dolor, porque
se trata de un itinerario de desapegos de las realidades, ideas y criaturas
candidatas a ser idolizadas.
Ni siquiera el magisterio puede ser idolizado y pendemos sólo de la
Palabra que escruta.
Si esa Palabra escudriña desde nuestra conciencia recta, verá
señales para su caminar.
Porque nos salvamos en racimo.
va a
entrar el Rey de la gloria
La revelación bíblica ha ido mostrando en las antiguas tradiciones
israelitas al verdadero e inigualable líder: el Señor, rey de la Gloria.
En su momento las visiones de este rey cumplían con el perfil de un
guerrero imbatible.
Eran sus necesidades de supervivencia: hacer la guerra y vencer los
enemigos.
En tiempos de Jesús el perfil es de paz y no de guerra. No de paz
romana, sino de justicia amorosa al pobre y al pecador.
Una nueva dimensión de Reino y de reinar.
Los ritos y el tiempo. Los ritos proveen un significado al tiempo.
Lo segmentan y aportan un sentido de etapa, que se presta para profundizar una
verdad, misterio, realidad trascendente.
Como un niño frágil entra el rey de la gloria.
Jesús resignificó el combate, la lucha, la guerra. Nada de armas,
ni destrucción, ni derramamiento de sangre. Solo paz y amor.
Una gloria pacífica, pero no la paz de las drogas y la
inconsciencia, ni la lujuria compartida haciéndose pasar por amor, como la
distorsión de los movimientos alternativos a la cultura dominante de todas las
épocas.
Los movimientos culturales arrancan con una chispa divina, pero en
el camino un sub angelo lucis se cuela para degenerarlos.
Por eso en María y Jesús aprendemos un combate diferente, con armas
de persuasión y vigilancia de fe.
El
Señor, Dios de los ejércitos. / Él es el Rey de la gloria
Todo el sentido de aplastante victoria del Señor al estilo de un
ejército victorioso se hará obsoleto y quedará sin vigencia ante la buena nueva
del Reino que proclamará Jesús.