viernes, 29 de julio de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Santa Marta

1Juan 4, 7-16



REFLEXIÓN

Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

Dios es preferencia moral.

Preferir es poner delante, anteponer.

Amar, preferir en sentido moral, es ser, pertenecer a Dios, estar de su parte, compartir con Él, formar parte de su vida.

Expresarlo, manifestarlo, entregarlo.

Vivir así al Señor no es un lecho de rosas sin espinas. Vivir la preferencia moral en el mundo implica tomar decisiones y hacer elección. Usar de nuestra libertad y orientarnos a los valores más profundos y trascendentes. Es vivir la justicia, la misericordia, la unidad, la dignidad de persona.

Vivir así causa reacciones favorables pero también desfavorables, porque hay quienes se sienten mal por no ser preferidos, y reaccionan con violencia.

No todos tienen la humildad y generosidad para aceptar que otros más vulnerables deban ser preferidos moralmente.

En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, parta que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados

Jesús es el signo sobre todo signo, de la preferencia hacia nosotros del Padre.

Su propio hijo, entregado para salvarnos de nosotros mismos: nuestro pecado.

si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros

Ofeilo: adeudar legítima y moralmente.

Estamos en deuda para amarnos unos a otros porque Dios nos amó primero y de esa forma nos prefirió y al hacerlo nos entregó a su hijo.

A Dios nadie lo ha visto nunca

Va contra la propia escritura que decía que Moisés como amigo de Dios le hablaba cara a cara.

Se trata de un enfrentamiento de dos revelaciones, o de sus portavoces humanos.

Dónde está la radicalidad, la verdad, el sentido verdadero y auténtico?

Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud

Lo de Moisés, según Juan no fue plenitud, sino que lo es el amor fraterno, la preferencia moral que nos unifica.

Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

Mantenerse significa una actitud pro-activa, es esfuerzo constante por estar, sin cambiar o dejar o abandonar. Los místicos muestran el don de la permanencia en el amor de Dios, mediante estrategias para estar y seguir estando en su presencia, amándolo y difundiendo su amor.

Salmo responsorial 33



REFLEXIÓN

que los humildes lo escuchen y se alegren.

Solo ellos, los humildes detectan el sentido profundo de la vida, la historia, la existencia, por su vivencia del Señor.

Juan 11,19-27



REFLEXIÓN

"Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá."

Marta cree en Jesús, pero su fe es más aferrada a la presencia fáctica de Jesús. Para ella de eso depende que su hermano vuelva a vivir, no importa si lleva cuatro días que ha fallecido. El reclamo que le hace no tiene mayor importancia ahora porque ya Jesús está presente.

¿Crees esto?"

Jesús la interpela desde donde expresa su fe. Él sí es capaz de dar la vida, sobretodo la que permanece, que es la fundamental. La otra depende de eso.

Hay que dar una vuelta a la lógica y al aprecio de la presente vida, que Lázaro no tiene ya. Marta es llevada a confesar eso sobre Jesús: él sobretodo es vida eterna si se cree en él.

Esta es la construcción dialógica de Juan, expresada en varios de sus relatos: Nicodemo, la Samaritana…

Una catequesis que abre al creyente a una opción radical en Jesús, más allá de las evidencias presentes.

La fe vuelve así al sentido abrahamico: un salto de confianza en Jesús, aunque no otorgue la vida presente, como signo de la eterna.

Ella le contestó: "Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo

Y Marta entra a fomar parte de aquellos que se convierten a la fe profunda, que espera de Jesús la vida que permanece en el amor del Padre.

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DOCTORES DE LA IGLESIA


 
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 103, 1-2. 6: PL 38, 613. 615)

 

DICHOSOS LOS QUE PUDIERON HOSPEDAR AL SEÑOR EN SU PROPIA CASA

 Las palabras del Señor nos advierten que, en medio de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término.

 Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una creatura al Creador. Le dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimentado por los esclavos, y ello no por necesidad, sino por condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia el permitir ser alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de sentir hambre y sed.

 Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: «Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa.» No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Por lo demás, tú, Marta -dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios-, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?

 Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguro que se pondrá de faena, los hará sentar a la mesa y se prestará a servirlos.