miércoles, 21 de diciembre de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Feria privilegiada de Navidad 21 de Diciembre

Cantar de los cantares 2,8-14



REFLEXIÓN

Habla mi amado y me dice: "¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz, y es hermosa tu figura."

 

Extracciones de la encíclica Deus Charitas Est , Dios es amor, de Benedicto XVI, de 2005

Introducción

Aunque el tema de esta Encíclica se concentra en la cuestión de la comprensión y la praxis del amor en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, no podemos hacer caso omiso del significado que tiene este vocablo en las diversas culturas y en el lenguaje actual

Sin embargo, en toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor

se trata más bien de una misma palabra que utilizamos para indicar realidades totalmente diferentes?

« Eros » y « agapé », diferencia y unidad

Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres términos griegos relativos al amor —eros, philia (amor de amistad) y agapé—, los escritos neotestamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos. Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa con la palabra agapé, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor.

El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio.[1] El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?

En efecto, las prostitutas que en el templo debían proporcionar el arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres humanos y personas, sino que sirven sólo como instrumentos para suscitar la « locura divina »: en realidad, no son diosas, sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, « éxtasis » hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre

entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni « envenenarlo », sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.

ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor —el eros— puede madurar hasta su verdadera grandeza.

El eros, degradado a puro « sexo », se convierte en mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador

¿Cómo hemos de describir concretamente este camino de elevación y purificación? ¿Cómo se debe vivir el amor para que se realice plenamente su promesa humana y divina? Una primera indicación importante podemos encontrarla en uno de los libros del Antiguo Testamento bien conocido por los místicos, el Cantar de los Cantares. Según la interpretación hoy predominante, las poesías contenidas en este libro son originariamente cantos de amor, escritos quizás para una fiesta nupcial israelita, en la que se debía exaltar el amor conyugal. En este contexto, es muy instructivo que a lo largo del libro se encuentren dos términos diferentes para indicar el « amor ». Primero, la palabra « dodim », un plural que expresa el amor todavía inseguro, en un estadio de búsqueda indeterminada. Esta palabra es reemplazada después por el término « ahabá », que la traducción griega del Antiguo Testamento denomina, con un vocablo de fonética similar, « agapé », el cual, como hemos visto, se convirtió en la expresión característica para la concepción bíblica del amor. En oposición al amor indeterminado y aún en búsqueda, este vocablo expresa la experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.

 

Hay que asumir congruentemente que, nuestra unidad en la persona, de cuerpo y alma, se actúa en el amor libre.

Una eros en tránsito a ágape, madurando históricamente, procesualmente, en decisiones discernidas para exprimir nuestra libertad.

La misión más seria y trascendente que nos han delegado como humanidad es la maduración del amor a través de la libertad.

Padres, educadores, líderes de todo tipo deberán dar cuenta ante todo de las provisiones y oportunidades surtidas para el crecimiento de sus pequeños en el amor libre.

Enfrente de esta misión del reino del Padre, que es amor, están anticristos como el poder, que hace del amor una mercancía o un objeto, cambiable por otro.

Es crucial caminar la senda del amor en maduración, por libre opción, único que dignifica la persona.

Un texto que habla de una realidad común pero extraordinaria en su manifestación: el amor que va más allá de la muerte. Porque la muerte pasa pero el amor queda y hace vivos los recuerdos.

Una realidad cantada y glorificada pero también amargamente maldecida desde muy antiguo. Y no se desgasta ni pasa de moda.

Porque es un algo que une los seres y los funde siquiera por un fragmento del tiempo. Pero también se llora cuando hay traición o falta correspondencia.

Dónde radica su fuerza perenne? Porque es un magnetismo que puede expresar un “tú” único, intransferible y dar paso a una identidad compartida.

El dolor que sobreviene del amor fracasado muestra la crisis o la ruina del reconocimiento del propio valor.

Pero hay algo más: esta energía según la Palabra viene de Dios como una fuente, con la salvedad que la iniciativa de echarla a andar vino de Él.

El Señor nos amó primero y como muestra definitiva nos entregó a su Hijo.

Y su Hijo no amó como humano.

En lenguaje figurado, erótico, se puede tomar como el llamado entrañable y conmovedor que el Señor hace a nuestro ser para atraerlo desde lo más profundo, el cual produce una afectación en el espíritu más propia de un enamoramiento: sensibilidad y apego intenso con repercusiones sensibles, y al que se identifica como consolación.

Salmo responsorial: 32



REFLEXIÓN

cantadle un cántico nuevo,

el amor como el vino alegra el corazón y el canto muestra esa alegría.

El plan del Señor subsiste por siempre, / los proyectos de su corazón, de edad en edad

Plan y proyecto son el designio del amor libre. Nos distingue que pertenezcamos a su plan. Lo hacemos en la medida que amamos como personas: en cuerpo y espíritu.

Lo que proyecta viene desde su amor que nos dignifica.

Lucas 1,39-45



REFLEXIÓN

María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel

La mujer que más supo del Amor hasta el extremo de darle cobijo en su entrañas, no lo reserva para sí sola, por fuerza de ese mismo don. Lo comparte con gozo.

Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá

Así la madre de los creyentes de su hijo, nos precede en el camino de la fe que se transforma en amor libre.

Creer es amar. La dicha de amar contra toda adversidad y limitación.

Por la fe se accede a un plano de realidad que resulta como la antimateria: casi no se puede verificar que tal cosa existe.

Sólo la persistente solidez de tal realidad y el gozo que irradia, son testigos de su frágil, opaca y luminosa viabilidad.

No se sostiene en evidencias que satisfagan el razonamiento exacto.

Y no se libra uno de la incomodidad de estar en un reino tildado de mitológico, o bajo sospecha de manipulaciones subjetivas.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1605517503802638336?s=20&t=FL_hwCnqcJnQuyhxThCEnQ

DOCTORES DE LA IGLESIA



Del Comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el evangelio de san Lucas
(Libro 2, 19. 22-23. 26-27: CCL 14, 39-42)
 
VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 
Cuando el ángel reveló a María los misterios recónditos de Dios, para fortificar la fe con un ejemplo, habló a la Virgen de la maternidad de una mujer ya anciana y estéril; con ello le quiso demostrar que para Dios no hay nada imposible.
 Al oír María este anuncio, llena de gozo y sin demora, partió hacia las montañas, no porque dudara de las palabras del ángel ni porque estuviera incierta de la veracidad del hecho ni porque vacilara ante la realidad del ejemplo, sino porque se sentía impulsada por el deseo de cumplir un deber de piedad, anhelante de prestar sus servicios y presurosa por la intensidad de su alegría.
 Llena ya totalmente de Dios, ¿a dónde podía dirigirse María con prisa sino hacia las alturas? En efecto, la gracia del Espíritu Santo ignora la lentitud. Los beneficios de María y los dones de la presencia del Señor se manifestaron en seguida, pues, así que Isabel oyó el saludo de María, su criatura saltó de gozo en su seno y ella quedó llena del Espíritu Santo.
Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.
 El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, sí observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque de ella se dice: Dichosa tú que has creído.
 Pero también vosotros sois dichosos porque habéis oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios y proclama sus obras.
 Que resida, pues, en todos el alma de María, y que esta alma proclame la grandeza del Señor; que resida en todos el espíritu de María, y que este espíritu se alegre en Dios; porque, si bien según la carne hay sólo una madre de Cristo, según la fe Cristo es fruto de todos nosotros, pues todo aquel que se conserva puro y vive alejado de los vicios, guardando íntegra la castidad, puede concebir en sí la Palabra de Dios.
 El que alcanza, pues, esta perfección proclama, como María, la grandeza del Señor y siente que su espíritu, también como el de María, se alegra en Dios, su salvador; así se afirma también en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor.
 El Señor es engrandecido ciertamente, pero no en el sentido de que reciba por medio de nuestras palabras algo que a él le faltaba, sino porque con estas palabras él queda engrandecido en nosotros. En efecto, porque Cristo es la imagen de Dios, cuando alguien actúa con piedad y con justicia engrandece la imagen de Dios -pues todo hombre ha sido creado a su imagen y semejanza- y, al engrandecer esta imagen, también él queda engrandecido por una mayor participación de la grandeza divina
REFLEXIÓN
Compartir la gracia que se posee, mucha o poca, incrementa la misma misteriosamente. No es una cosa, o atributo sino la presencia del Dios Altísimo participada misteriosamente en la criatura limitada y mortal. Al compartirse es posible gozarse con la Gloria de Dios, que aporta el gusto de Dios