jueves, 7 de marzo de 2024

PALABRA COMENTADA

PALABRA COMENTADA

 

Jueves 3 de Cuaresma

Jeremías 7,23-28



REFLEXIÓN

Escuchad mi voz.

Un acumulado de preocupaciones pugna para interferir su voz.

En su momento San Ignacio en los ejercicios espirituales proponía ciertas estrategias para reducir esa pugnacidad y estática. Aplicarlas requiere generosidad, entrega, buena fe y voluntad de escuchar al Señor.

Sin embargo vivimos en tiempos de sicologías débiles de voluntad, en los que las afecciones neuróticas, psicóticas, los trastornos de todo tipo se muestran como los acompañantes permanentes nuestros.

Parece entonces que hay que poner el foco en terapias que ayuden a descontaminar la debilidad de la voluntad para escuchar al Señor y su designio.

En los ejercicios se ofrecen algunas iniciativas para reducir el ruido interno, que pertenecen al común de las espiritualidades del siglo XVI. 

Muestra del interés y la preocupación por los aspectos humanos, los hábitos que entorpecían la sensibilidad al Espíritu.

La pregunta para nosotros es: qué hacemos para escuchar la voz del Señor? Nos disponemos y cómo, para ser eficaces en eliminar las interferencias? En esto se muestra generosidad y determinación como parte de la viveza de mi propia fe?

caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente

No es una condena sino un señalamiento, una advertencia para que desoigamos en nosotros lo que proviene de la maldad que reincide, obstinada. 

Hoy suavizamos en base a una antropología comprensiva y permisiva, que en la práctica ignora la maldad anidada y su potencial destructivo.

Es como un adagio ideológico: el que piensa en el mal es el que lo crea, porque de suyo sólo hay bien. Con lo cual se parte de la contradicción de que piensa y crea el mal, el que siempre es bueno.

En todo este proceso quien sale perdiendo es la capacidad de responsabilidad y la redención, consecuentemente.

Podemos ser tan ciegos para creer que hacemos bien, cuando no es así en realidad.

Tenemos pecados ocultos, tinieblas cegadoras, luces engañosas, egoísmo ilusionista.

Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán

En el oráculo humano de la Palabra hay tonos de impaciencia y fastidio, ante la desobediencia sostenida del pueblo.

Mas sin embargo no hay una condenación absoluta en esa protesta, porque el Señor sigue buscando a un pueblo, a su pueblo.

Esto nos demuestra la calidad de su salvación, que es amorosa, incansablemente amorosa.

El Señor redunda en ternura y misericordia, según la concepción hebrea, o en ágape según la griega.

Lo pongamos como queramos, Él no es como nosotros, que nos cansamos e impacientamos cuando amamos.

Nosotros, liberados a nuestras solas fuerzas, construimos un ágape volátil e inconstante, porque nos disgustamos y peleamos continuamente, y no paramos de hacernos daño unos a otros.

Si notamos en nuestra relación fraterna que logra sostenerse más con paciencia y  tolerancia, se debe al Espíritu que hace su trabajo desde lo profundo de nosotros mismos.

La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca.

Es un lema que puede funcionar como epitafio sino reaccionamos.

Por la desfachatez de ciertas costumbres y el modo de airear escándalos, maledicencia y difamación, buscando el poder, podemos decir que hemos perdido la sinceridad.

Salmo responsorial: 94



REFLEXIÓN

Venid, aclamemos al Señor

No obstante aclamemos al Señor. No hay otro como él.

el rebaño que él guía

Él sigue siendo nuestro guía. No tenemos otro.

cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron, aunque habían visto mis obras

Los milagros y señales que el Señor nos comunica frecuente y amorosamente en nuestra existencia, no son suficientes para mantener  el corazón humano en acción de gracias, si no dejamos seducir nuestra libertad por el impulso de su Espíritu. 

Más bien nuestra condición normal es de olvido y consecuentemente de ingratitud.

Dudar del Señor, no obstante sus obras, es la más grande ofensa.

Hemos visto tus obras, no tenemos por qué dudar, ni desconfiar. Debemos ser fieles en la confianza.

Lucas 11,14-23



REFLEXIÓN

Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios

Jesús, para esos adversarios, era un creador del mal, no un dador de bien, porque ubicaba demonios y podía con ellos desde su potencialidad demoníaca.

Contaminar una obra buena con nuestro mal juicio y prejucio, es señal de mala fe o de inconsciente ligereza.

Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino?

Pero Jesús utiliza un simple razonamiento: puede lo malo tener un enemigo que lo derrote? Ese es Jesús de Nazareth.

Hoy podemos decirlo así: Acaso una iglesia particular, en nombre de Jesús, puede decirle malo a lo que nosotros no vemos así? Tal iglesia es mala porque condena como malo lo que vemos bueno? El sentido común nos dice que sabemos cuando hacemos mal y cuando nos engañamos, queriendo aparentar bien.

vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan?

Jesús es atacado en su credibilidad porque sus buenas obras para los adversarios son producto del demonio.

Pero con la misma lógica ninguna buena obra es creíble, como íntegramente buena, si se albergan sospechas de una autoría maligna.

En cierta forma, atacar la bondad y ternura del Dios de Salvación, es atacar el fundamento de toda credibilidad de lo bueno.

Y lo que queda, porque se nos echa encima, es una guerra de todos contra todos, porque nadie confía en otro u otra.

Jesús no actúa por odios o suspicacias. Sino con transparencia actúa para el bien siempre: sana al enfermo, alimenta al hambriento, defiende al indefenso, instruye al ignorante...

Porque la cultura moderna científica también echa demonios: la ignorancia, la miseria, la enfermedad, los trastornos. En nombre de quien? Hacer el bien es en nombre del mal?

Es una declaración pérfida y perversa.

Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros

Más bien lo propio del creyente sería considerar la buena obra como aportación al reino de Dios.

Ambos se relacionan, de modo que no veremos el reino entre nosotros si no creemos en la obra buena que salva.

Más bien hemos sido llamados por Jesús de Nazareth a una vida empleada en las buenas obras que hacen el Reino de Dios.

Lo cual también vale para la cultura moderna, que con sus estrategias para el bien busque servir al Reino.

Mas bien exorcizar desde el ámbito de Jesús, es purificar la mala intención, la mala voluntad que inhibe desarrollarse al buen obrar. 

No son demonios mitológicos los que hay que echar, aunque éstos nos entretengan como espectáculo, sino las malas intenciones que salen de dentro y trastornan el buen obrar.

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Jeremías 7,23-28

Salmo responsorial: 94

Lucas 11,14-23

BEATO CARLO

BEATO CARLO



 Del Tratado de Tertuliano, presbítero, Sobre la oración
                               (Cap. 28-29: CCL 1, 273-274)


NUESTRA OFRENDA ESPIRITUAL

La oración es una ofrenda espiritual que ha eliminado los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa -dice- el número de vuestros sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de becerros; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos?
El Evangelio nos enseña qué es lo que pide el Señor: Llega la hora -dice- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu y, por esto, tales son los adoradores que busca. Nosotros somos los verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes, ya que, orando en espíritu, ofrecemos el sacrificio espiritual de la oración, la ofrenda adecuada y agradable a Dios, la que él pedía, la que él preveía.
Esta ofrenda, ofrecida de corazón, alimentada con la fe, cuidada con la verdad, íntegra por la inocencia, limpia por la castidad, coronada con el amor, es la que debemos llevar al altar de Dios, con el acompañamiento solemne de las buenas obras, en medio de salmos e himnos, seguros de que con ella alcanzaremos de Dios cualquier cosa que le pidamos.
¿Qué podrá negar Dios, en efecto, a una oración que procede del espíritu y de la verdad, si es él quien la exige? Hemos leído, oído y creído los argumentos que demuestran su gran eficacia.
En tiempos pasados, la oración liberaba del fuego, de las bestias, de la falta de alimento, y sin embargo no había recibido aún de Cristo su forma propia.
¡Cuánta más eficacia no tendrá, pues, la oración cristiana! Ciertamente, no hace venir el rocío angélico en medio del fuego, ni cierra la boca de los leones, ni transporta a los hambrientos la comida de los segadores (como en aquellos casos del antiguo Testamento); no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que, sin evitarles el dolor a los que sufren, los fortalece con la resignación, con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios.
En el pasado, la oración hacía venir calamidades, aniquilaba los ejércitos enemigos, impedía la lluvia necesaria. Ahora, por el contrario, la oración del justo aparta la ira de Dios, vela en favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Qué tiene de extraño que haga caer el agua del cielo, si pudo impetrar que de allí bajara fuego? La oración es lo único que tiene poder sobre Dios; pero Cristo no quiso que sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que él le ha dado ha de servir para el bien.
Por esto, su finalidad es servir de sufragio a las almas de los difuntos, robustecer a los débiles, curar a los enfermos, liberar a los posesos, abrir las puertas de las cárceles, deshacer las ataduras de los inocentes. La oración sirve también para perdonar los pecados, para apartar las tentaciones, para hacer que cesen las persecuciones, para consolar a los abatidos, para deleitar a los magnánimos, para guiar a los peregrinos, para mitigar las tempestades, para impedir su actuación a los ladrones, para alimentar a los pobres, para llevar por buen camino a los ricos, para levantar a los caídos, para sostener a los que van a caer, para hacer que resistan los que están en pie.
Oran los mismos ángeles, ora toda la creación, oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire. También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración.

¿Qué más podemos añadir acerca de la oración? El mismo Señor en persona oró; a él sea el honor y el poder por los siglos de los siglos.