martes, 18 de junio de 2024

PALABRA COMENTADA

PALABRA COMENTADA

 

Martes 11 de tiempo ordinario

1Reyes 21, 17-29



REFLEXIÓN

'En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre.

Genera el Señor las malas consecuencias de nuestros malos actos? O es invevitable que ellas se generen? Contradice eso al Señor misericordioso? Necesitamos reconfigurar y reformular frecuentemente nuestra imagen del Señor para mantenernos abiertos a su libertad, trascendencia y misterio?

Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel

Como la pareja original en la que la complicidad para el pecado es determinante. Uno solo puede meditar el crimen, pero la compañía importa mucho para ir más allá de lo pensado. 

En una sociedad como la nuestra, abierta a parejas homosexuales, la ocurrencia de esta complicidad no ha disminuido. La intimidad de una pareja del tipo que sea puede fomentar todo tipo de acciones por complicidad. Porque el afecto, pertenencia, identidad y pasión de una pareja, del tipo que sea, va más allá de lo que el individuo tenía pensado originalmente.

En cuanto Ajab oyó aquellas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba taciturno. 

La Palabra recrimina pero no para destruir, sino para sanar en primer lugar. Para sacarnos del tejido inicuo que tejemos entre nuestras malas acciones y sus consecuencias.

El Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita: "¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo." 

Y las consecuencias adversas pueden neutralizarse para quien las cometió, pero pueden no desaparecer del todo, y comprometer la existencia de otros, a quienes no hubiéramos querido dañar.

Salmo responsorial: 50



REFLEXIÓN

yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces

Cuando se llega a esta hondura de modo que visualizamos y experimentamos la tríada iniquidad, nosotros y el Señor, entonces se puede dar la regeneración por el arrepentimiento y perdón.

Mateo 5, 43-48



REFLEXIÓN

Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen

La enemistad puede venir de dentro de la familia, amigos, conocidos y grupos a los que se pertenece. Esto hace más duro de aceptar al enemigo.

Como Jesús, traicionado por Judas. Desprestigiado por su familia que lo tenía por loco.

haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian

Porque ellos son como el juicio de Dios, y la parte oscura de la ventana de Yohari: ven la sombra de nuestra vida y la repudian. Y si asimilamos su mensaje podemos integrar nuestra maldad y convertirla en luz.

que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos

No es el sol cósmico sino la luminosidad de su ser, que no tiene sombra. Es nuestro modelo.

Una justicia diferente, no selectiva, ni revanchista, ni discriminatoria.

si amáis a los os aman, ¿qué premio tendréis

sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto

Aprender del Ser que es transparencia en sumo grado.

Se trata de un llamado muy exigente, para trascender con lo natural: amistad, parentesco, correspondencia por bienes recibidos. E ir más allá en gratuidad y generosidad.

El Señor revelado por Jesús se muestra como Alguien que desborda nuestros límites y prejuicios. Y nos llama a crecer a su imagen y semejanza.

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Martes 11 de tiempo ordinario

1Reyes 21, 17-29

Salmo responsorial: 50

Mateo 5, 43-48

SAN CARLO ACUTIS

BEATO CARLO


 
Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.
                               (Cap. 11-12: CSEL 3, 274-275)


SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

Cuán grande es la benignidad del Señor, cuán abundante la riqueza de su condescendencia y de su bondad para con nosotros, pues ha querido que, cuando nos pongamos en su presencia para orar, lo llamemos con el nombre de Padre y seamos nosotros llamados hijos de Dios, a imitación de Cristo, su Hijo; ninguno de nosotros se hubiera nunca atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si él no nos lo hubiese permitido. Por tanto, hermanos muy amados, debemos recordar y saber que, pues llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se complazca en nosotros, como nosotros nos complacemos de tenerlo por Padre.

Sea nuestra conducta cual conviene a nuestra condición de templos de Dios, para que se vea de verdad que Dios habita en nosotros. Que nuestras acciones no desdigan del Espíritu: hemos comenzado a ser espirituales y celestiales y, por consiguiente, hemos de pensar y obrar cosas espirituales y celestiales, ya que el mismo Señor Dios ha dicho: Yo honro a los que me honran, y serán humillados los que me desprecian. Asimismo el Apóstol dice en una de sus cartas: No os pertenecéis a vosotros mismos; habéis sido comprados a precio; en verdad glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo.

A continuación añadimos: Santificado sea tu nombre, no en el sentido de que Dios pueda ser santificado por nuestras oraciones, sino en el sentido de que pedimos a Dios que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿por quién podría Dios ser santificado, si es él mismo quien santifica? Mas, como sea que él ha dicho: Sed santos, porque yo soy santo, por esto pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana, ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados mediante esta continua y renovada santificación.

El Apóstol nos enseña en qué consiste esta santificación que Dios se digna concedernos, cuando dice: Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los rapaces poseerán el reino de Dios. Y en verdad que eso erais algunos; pero fuisteis lavados, fuisteis santificados, fuisteis justificados en el nombre de Jesucristo, el Señor, por el Espíritu de nuestro Dios. Afirma que hemos sido santificados en el nombre de Jesucristo, el Señor, por el Espíritu de nuestro Dios. Lo que pedimos, pues, es que permanezca en nosotros esta santificación y -acordándonos de que nuestro juez y Señor conminó a aquel hombre que él había curado y vivificado a que no volviera a pecar más, no fuera que le sucediese algo peor- no dejamos de pedir a Dios, de día y de noche, que la santificación y vivificación que nos viene de su gracia sea conservada en nosotros con ayuda de esta misma gracia.