San Bernardo Sermón 5 sobre diversas
materias 4-5
Vigilemos en pie, apoyándonos con todas
nuestras fuerzas en la roca firmísima que es Cristo, como está escrito: Afianzó
mis pies sobre roca, y aseguró mis paso. Apoyados y afianzados en esta forma,
veamos qué nos d ce y qué decimos a quien nos pone objeciones.
La fortaleza de
Jesús a quienes ponen su fe en él, no es la fortaleza de ellos, sino de él.
Quien resistió hasta el final afrontando objeciones a su misión, incluso
asumiendo, sobrellevando y sobreviviendo su repudio final, porque con él está
la firmeza de su Padre, el creador. Por lo tanto, hacer frente a las objeciones
contra su evangelio es el carisma del fiel bautizado y confirmado. Sólo que hay
que empoderarlo.
Amadísimos hermanos, éste es el primer
grado de la contemplación: pensar constantemente qué es lo que quiere el Señor,
qué es lo que le agrada, qué es lo que resulta aceptable en su presencia. Y,
pues todos faltamos menudo, y nuestro orgullo choca contra la rectitud de la
voluntad del Señor, y no puede aceptarla ni ponerse de acuerdo con ella,
humillémonos bajo la poderosa mano de Dios altísimo y esforcémonos en poner
nuestra miseria a la vista de su misericordia, con estas palabras: Sáname,
Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré a salvo. Y también aquellas otras:
Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.
Empoderar el
carisma de la firmeza ante las objeciones, pasa por reconocer que la debilidad
y la vulnerabilidad son nuestros acompañantes natos, y es preciso confesarlos
humildemente ante la misericordia del Padre de Jesús.
Una vez que se ha purificado la mirada
de nuestra alma con esas consideraciones, ya no nos ocupamos con amargura en
nuestro propio espíritu, sino en el espíritu divino, y ello con gran deleite. Y
ya no andamos pensando cuál sea la voluntad de Dios respecto a nosotros, sino
cuál sea en sí misma. Y, ya que la vida está en la voluntad del Señor,
indudablemente lo más provechoso y útil para nosotros será lo que está en
conformidad con la voluntad del Señor. Por eso, si nos proponemos de verdad
conservar la vida de nuestra alma, hemos de poner también verdadero empeño en
no apartarnos lo más mínimo de la voluntad divina.
Nos salimos del
círculo tóxico de nosotros mismos y nuestro victimismo y alzamos la vista a los
intereses de todos en el mundo, ante quienes somos testigos del amor del Padre
y su fortaleza, y en el que se nos muestra cómo debe ser nuestro servicio.
Conforme vayamos avanzando en la vida
espiritual, siguiendo los impulsos del Espíritu, que ahonda en lo más íntimo de
Dios, pensemos en la dulzura del Señor, qué bueno es en sí mismo. Pidamos
también, con el salmista, gozar de la dulzura del Señor, contemplando, no
nuestro propio corazón, sino su templo, diciendo con el mismo salmista: Cuando
mi alma se acongoja, te recuerdo.
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