San Atanasio Sermón sobre la encarnación
del Verbo 10
El Verbo de Dios, Hijo del mejor Padre, no
abandonó la naturaleza humana corrompida. Con la oblación de su propio cuerpo,
destruyó la muerte, castigo en que había incurrido el género humano. Trató de
corregir su descuido, adoctrinándolo, y restauró todas las cosas humanas con su
eficacia y poder. Estas afirmaciones de los teólogos hallan apoyo en el
testimonio de los discípulos del Salvador, como se lee en sus escritos: Nos
apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos
murieron. Murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino
para el que murió y resucitó por ellos, nuestro Señor Jesucristo. Y en otro
pasaje: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo
vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la
gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Más adelante, la
Escritura prueba que el único que debía hacerse hombre era el Verbo de Dios,
cuando dice: Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para
llevar una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con
sufrimientos al guía de su salvación. Con estas palabras, da a entender que el
único que debía librar al hombre de su corrupción era el Verbo de Dios, el
mismo que lo había creado desde el principio. Prueba además que el Verbo mismo
tomó un cuerpo precisamente con el fin de ofrendarse por los que tenían cuerpos
semejantes.
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