lunes, 7 de septiembre de 2020

DOCTORES DE LA IGLESIA

 

San León Magno Sermón sobre las bienaventuranzas 95,8-9

 Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas. Que huyan, pues, las tinieblas de la vanidad terrena y que los ojos del alma se purifiquen de las inmundicias del pecado, para que así puedan saciarse gozando en paz de la magnífica visión de Dios. Pero para merecer este don es necesario lo que a continuación sigue: Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Esta bienaventuranza, amadísimos, no puede referirse a cualquier clase de concordia o armonía humana, sino que debe entenderse precisamente de aquella a la que alude el Apóstol cuando dice: Estad en paz con Dios, o a la que se refiere el salmista al afirmar: Mucha paz tienen los que aman tus leyes, y nada los hace tropezar. Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad ni con una profunda semejanza de carácter, si todo ello no está fundamentado en una total comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios.

COMENTARIO

La voluntad de Dios, es el santo grial de la espiritualidad. La brújula del peregrinaje de fe hacia el absoluto. Todo esfuerzo será poco para ubicar en todo momento de la existencia la voluntad de Dios. Así como un buscador de posición satelital ubica donde sea la presencia del objetivo seguido, así la sensibilidad creyente amaestrada por la influencia del Espíritu de Dios, ubica la señal de esa voluntad de Dios. Quizás los más a través de los mandamientos y leyes entendemos del grueso o de esa voluntad, los avanzados vibran con las señales en mínimas evidencias, sutiles insinuaciones, gestos imperceptibles que brinda el Misterio de Dios para que se nos acerque. Jesús fue el sumo maestro del hallazgo de esa voluntad del Padre, cuando en el Huerto de los Olivos, en medio de una angustia profunda exclamó: no se haga lo que yo sino lo que tú. Y cuando al cabo de todo cerró el ciclo de su vida fiel declarando: todo se ha cumplido.

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