Jueves, XXX
semana
San Atanasio Sermones contra los
arrianos 2,78.79
En nosotros y en todos los seres hay una
imagen creada de la Sabiduría eterna. Por ello, no sin razón, el que es la
verdadera Sabiduría de quien todo procede, contemplando en las criaturas como
una imagen de su propio ser, exclama: El Señor me estableció al comienzo de sus
obras. En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta
en nosotros como algo que pertenece a su propio ser. Pero esto no porque el
Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla en sus
criaturas como una imagen creada de su propio ser. Ésta es la razón por la que
afirmó también el Señor: El que os recibe a vosotros me recibe a mí, pues,
aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos
hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se
tratara de sí mismo, afirma: El Señor me estableció al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras. Por esta razón precisamente, la impronta de la
sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el
mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, su Creador, llegue por él al
conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: Lo que
puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto
delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles
para la mente que penetra en sus obras. Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de
ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual
se afirma que existe y que está realmente en nosotros. Los que no quieren
admitir lo que decimos deben responder a esta pregunta: ¿existe o no alguna
clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por qué
arguye san Pablo diciendo que, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció
por el camino de la sabiduría? Y, si no existe ninguna sabiduría en las
criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en
ella se afirma: El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se
construye una casa. Y dice también el Eclesiastés: La sabiduría serena el
rostro del hombre; y el mismo autor increpa a los temerarios con estas
palabras: No preguntes: «¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de
ahora?». Eso no lo pregunta un sabio. Que exista la sabiduría en las cosas
creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sira: La derramó
sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes, según su generosidad se
la regaló a los que lo temen; pero esta efusión de sabiduría no se refiere, en
manera alguna, al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en
sí mismo y es el Unigénito, sino más bien a aquella sabiduría que aparece como
su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es
imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la
sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: El Señor me
estableció a comienzo de sus obras? No hay que decir, sin embargo que la
sabiduría que hay en el mundo sea creadora; ella por el contrario, ha sido
creada, según aquello del salmo El cielo proclama la gloria de Dios, el
firmamento pregona la obra de sus manos
COMENTARIO Las obras de la creación, la realidad que nos sale al encuentro, con frecuencia nos deslumbra en su perfección, y nos atrae con su belleza, pero ante ellas por fe en el Creador, estamos capacitados de subir más en la búsqueda de la perfección, y alejarnos del embrujo de lo creado, que puede trastornarnos y hacernos idólatras: que tomamos como divinidad lo que es un reflejo.
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