San Juan
Crisóstomo Homilía VI, suplm.
El sumo
bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima
unión con Dios: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la
luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz.
Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no
esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se
prolongue día y noche sin interrupción. Conviene, en efecto, que elevemos la
mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino
también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o
las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el
anhelo y el recuerdo de Dios, de tal manera que todas nuestras obras, como si
Lecturas espirituales de la Iglesia estuvieran condimentadas con la sal del
amor de Dios, se conviertan en un
alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar
perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo
REFLEXIÓN
La oración como la respiración debe ser abundante para
que se convierta en una atmósfera más que en una rutina, en un entorno más que
un rito o un procedimiento. Pero no se llega a esto sin dedicación consciente,
generosa, ejercitada, examinada en sus diversos espíritus, porque de ella
emergen decisiones que generan consecuencias. Éstas requieren muchas veces
fortaleza para mantenerse responsables y libres.
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