Martes, VI
San Atanasio Contra los arrianos, sermón
2,78.81-82
La Sabiduría unigénita y personal de
Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo –dice, en efecto, el
salmo– lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus
criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que
también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría,
imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud
e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas
están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.
Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el
Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma
Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de
saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y,
mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo –dice la
Escritura– posee también al Padre, y también: El que me recibe al que me ha
enviado. Por tanto, ya que existe en nosotros y en todos una participación
creada de esta Sabiduría, con toda razón la verdadera y creadora Sabiduría se
atribuye las propiedades de los seres, que tienen en sí una participación de la
misma, cuando dice: El Señor me creó al comienzo de sus obras.
REFLEXION
Se puede decir
que tenemos un nivel de comunicación de Dios, basado en la participación de su
semejanza, porque nos ha creado por medio de su Hijo Palabra, que nos permite expresarlo
en nuestra palabra, salvando en cierta forma la asimetría del Misterio de Dios
y su creación o creaturas.
Mas, como, en la sabiduría de Dios,
según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la
sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a
los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores,
a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas,
sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y
padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes
pudieran salvarse por la fe en ella. Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría
de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas (razón por la
cual se dice de ella que es creada), se daba a conocer a sí misma y, por medio
de ella, daba a conocer a su Padre. Pero, después esta misma Sabiduría, que es
también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan, y, habiendo destruido la
muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a
través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te
conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo
REFLEXION
Un mayor
compromiso con su Revelación, lo hizo tomar carne como Palabra histórica, pero
transmitido en la predicación humana, sujeta a todo tipo de márgenes de error e
incomprensión. Respecto del Misterio, lo que producimos es una babel de
sentidos, a menos que el infunda Espíritu en nuestro verbo. La mayor claridad
que aporta esta gesta del Misterio, sin embargo, está abierta al conocimiento agnóstico
de la fe.
De este modo, toda la tierra está llena
de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través
del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es e] gozo del Padre y el deleite
del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: Yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia.
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