Sábado III semana del
Tiempo PascualSan Cirilo de Alejandría Sobre el
evangelio de San Juan 4,2
«Por todos muero, dice el Señor, para
vivificarlos a todos y redimir con mi carne la carne de todos. En mi muerte
morirá la muerte y conmigo resucitará la naturaleza humana de la postración en
que había caído. «Con esta finalidad me he hecho semejante a vosotros y he
querido nacer de la descendencia de Abrahán para asemejarme en todo a mis
hermanos». San Pablo, al comprender esto, dijo: Los hijos de una misma familia
son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó
también él; así, muriendo, aniquiló al tenía el poder de la muerte, es decir, al
diablo. Si Cristo no se hubiera entregado por nosotros a la muerte, él solo por
la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido el que tenía el
dominio de la muerte, ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues él es el
único que está por encima de todos. Por ello se aplica a Cristo aquello que se
dice en un lugar del libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por
nosotros a Dios Padre: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me
abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: «Aquí
estoy».
REFLEXIÓN
Jesús logra, muriendo y
resucitando por el Espíritu del Padre, abatir la muerte como última palabra,
voluntad, señorío frente a la vida plena de Dios, que desde siempre estuvo
disponible para ser compartida con toda la creación, eminencialmente con los
humanos, estén donde estén. Así Jesús es la última palabra y definitiva a favor
de la vida desde, en y con Dios, comunidad trinitaria. Mientras esta solución
en Jesús nos se hubo dado, la familia de Dios no estuvo completa ni perfecta.
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