San León Magno Sermón sobre la Ascensión
del Señor 2,1-4
Así como en la solemnidad de Pascua la
resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría, así también ahora su
ascensión al cielo nos es un nuevo motivo de gozo, al recordar y celebrar
litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en
Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de
ángeles, de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de
Dios Padre. Hemos sido establecidos y edificados por este modo de obrar divino,
para que la gracia de Dios se manifestara más admirablemente, y así, a pesar de
haber sido apartada de la vista de los hombres la presencia visible del Señor,
por la cual se alimentaba el respeto de ellos hacia él, la fe se mantuviera
firme, la esperanza inconmovible y el amor encendido. En esto consiste, en
efecto, el vigor de los espíritus verdaderamente grandes, esto es lo que
realiza la luz de la fe en las almas verdaderamente fieles: creer sin
vacilación lo que no ven nuestros ojos, tener fijo el deseo en lo que no puede
alcanzar nuestra mirada. ¿Cómo podría nacer esta piedad en nuestros corazones,
o cómo podríamos ser justificados por la fe, si nuestra salvación consistiera
tan sólo en lo que nos es dado ver
REFLEXIÓN
La mirada contemplativa de
la fe educada en la catequesis pascual es capaz ahora de avivar en los signos
la presencia de Jesús de Nazareth, crucificado resucitado. Así se potencia un
cambio de clave de histórico a litúrgico, de fáctico a simbólico, de perceptual
a evocador.
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