San Cirilo de Alejandría Sobre el
Evangelio de San Juan 11,11
Todos los que participamos de la sangre
sagrada de Cristo alcanzamos la unión corporal con él, como atestigua san
Pablo, cuando dice, refiriéndose al misterio del amor misericordioso del Señor:
No había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado
ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los
gentiles son coherederos y partícipes de la promesa en Jesucristo. Si, pues,
todos nosotros formamos un mismo cuerpo en Cristo, y no sólo unos con otros,
sino también en relación con aquel que se halla en nosotros gracias a su carne,
¿cómo no mostramos abiertamente todos nosotros esa unidad entre nosotros y en
Cristo? Pues Cristo, que es Dios y hombre a la vez, es el vínculo de la unidad.
Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual, habremos de decir que
todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a saber, el
Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos muchos
por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno
de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad
a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva
singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo.
REFLEXIÓN
La unión espiritual tiene
contra sí un siglo que exige evidencias para certificar la excelencia de alguna
realidad. Es como un nuevo bautismo mediante el cual se declara excelente quien
prueba alguna efectividad según los parámetros preparados por los que dicen
saber. La unión espiritual no es viable entonces, a menos que por último y tras
haber probado todo sin mayor éxito se admita la posibilidad de otra dimensión
para la excelencia.
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