San Agustín Sermón sobre la Ascensión
del Señor, Mai 98, 1-2
Nuestro Señor Jesucristo ascendió al
cielo tal día como hoy; que nuestro corazón ascienda también con él.
REFLEXIÓN
Por qué nuestro corazón?
Porque allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón(Mt 6,21). Con Jesús
ha ascendido nuestro tesoro. Nuestro tesoro es lo que más apreciamos y estimamos,
por encima de cualquier otra cosa o persona creada. Por nuestro tesoro
invertimos todo lo que tenemos, para apropiarnos de ello. (Mt13,44ss).
Escuchemos al Apóstol: Ya que habéis
resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo,
sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra. Y así como él ascendió sin alejarse de nosotros, nosotros estamos ya
allí con él, aun cuando todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo lo que
nos ha sido prometido. Él fue ya exaltado sobre los cielos; pero sigue
padeciendo en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus
miembros, experimentamos.
REFLEXIÓN
El tesoro arriba con Jesús
Exaltado, ya está, y como es nuestro también nosotros. Pero no del todo todavía,
porque seguimos sufriendo acá abajo, en la tierra, en nuestro cuerpo. Por lo
que, hay una comunicación, un vínculo, entre el tesoro en lugar de exaltación,
de Jesús y nuestro, y el cuerpo terrenal sufriente, que aguarda llegar hasta
arriba, con el tesoro. Y así el sufriente es parte del tesoro, porque está en
proceso de culminar arriba, en la Exaltación. Y así debemos preferir los pobres
sufrientes , como candidatos a ser Jesús tesoro arriba.
De lo que dio testimonio cuando exclamó:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Así como, tuve hambre, y me disteis de
comer. ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra, de modo que gracias a
la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos con él, descansemos ya
con él en los cielos? Mientras él está allí, sigue estando con nosotros; y
nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con él allí. Él realiza
aquello con su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no
podemos llevarlo a cabo como él con la divinidad, sí que podemos por el amor
hacia él. No se alejó del cielo, cuando descendió hasta nosotros; ni de
nosotros, cuando regresó hasta él. Él mismo es quien asegura que estaba allí
mientras estaba aquí: nadie subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el
Hijo del hombre que está en el cielo. Esto se refiere a la unidad, ya que es
nuestra cabeza, y nosotros su cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya
que nosotros estamos identificados con él, en virtud de que él, por nuestra
causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de
Dios. En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene
muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un
solo cuerpo, así es también Cristo. No dice: «Así es Cristo», sino: Así es
también Cristo. Por tanto, Cristo es un solo cuerpo formado por muchos
miembros. Bajó, pues, del cielo por su misericordia, pero ya no subió él solo,
puesto que nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo
descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la
dignidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de
todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza.
REFLEXIÓN
Jesús y nosotros en unidad
de exaltación-sufrimiento, de pobreza enriquecida por la gloria, gloria abajada
por el sufrimiento. No estamos solos, sino que somos comensales en una mesa
única donde a la cabecera se sienta el Exaltado Glorioso, y el resto lo
componemos los sufrientes peregrinos a la gloria. Hacia el tesoro de nuestro
corazón.
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