San Cirilo de Alejandría, Comentario
sobre el Evangelio de San Juan 10
Ya se había llevado a cabo el plan
salvífico de Dios en la tierra; pero convenía que nosotros llegáramos a ser
coherederos con Cristo y partícipes de su naturaleza divina; esto es, que
abandonásemos nuestra vida anterior para transformarla y conformarla a un nuevo
estilo de vida y de santidad.
REFLEXIÓN
Se dice convenir, no que
debe ser, ni que es evidente. Los títulos de coherederos y partícipes,
naturaleza etc. son expresiones, formulaciones que se fijaron en esos tiempos
como la mejor manera de dar a entender un significado especial, fuera de serie,
un logro máximo dentro de los imaginarios humanos sobre felicidad, plenitud y
realización. Con el tiempo, aunque referentes, ya no suscitan la misma
significatividad en general.
Esto sólo podía llevarse a efecto con la
cooperación del Espíritu Santo. Ahora bien, el tiempo más oportuno para la
misión del Espíritu y su irrupción en nosotros fue aquel que siguió a la marcha
de nuestro Salvador Jesucristo. Pues mientras Cristo vivía corporalmente entre
sus fieles, se les mostraba como el dispensador de todos sus bienes; pero
cuando llegó la hora de regresar al Padre celestial, confirmó asistiendo a sus
adoradores mediante su Espíritu, y habitando por la fe en nuestros corazones.
De este modo, poseyéndole en nosotros, podríamos llamarle con confianza: «Abba,
Padre», y cultivar con ahínco todas las virtudes, y juntamente hacer frente con
valentía invencible a las asechanzas del diablo y los insultos de los hombres,
como quienes cuentan con la fuerza poderosa del Espíritu.
REFLEXIÓN
La transformación es tarea
propia del Espíritu Santo quien desde la té que nos infunde, no sin nuestra
libertad, promueve y gestiona el deseo. Un deseo que se hace uno con el deseo
vital que llevamos íntimamente los humanos, y aun todo organismo viviente- Es
como si los genes del Espíritu se hicieran parte de nuestra identidad y
procedieran a superarnos hacia el nuevo ser en Dios.
Este mismo Espíritu transforma y traslada a
una nueva condición de vida a los fieles en que habita y tiene su morada. Esto
puede ponerse fácilmente de manifiesto con testimonios tanto del Antiguo como
del Nuevo Testamento. Así el piadoso Samuel a Saúl: Te invadirá el Espíritu de
Yahveh, y te convertirás en otro hombre. Y San Pablo: Nosotros todos, que
llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor, y nos vamos
transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el
Señor, que es Espíritu. No es difícil percibir cómo transforma el Espíritu la
imagen de aquéllos en los que habita: del amor a las cosas terrenas el Espíritu
nos conduce a la esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la
timidez, a la valentía y generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como
encontramos a los discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal
modo que no se dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores,
sino que se adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo. Se trata
exactamente de lo que había dicho el Salvador: Os conviene que yo me vaya al
cielo. En ese tiempo, en efecto, descendería el Espíritu Santo.
REFLEXIÓN
La Palabra nos enseña a
ver en nuestras conductas cómo va asomando la creciente transformación del
Espíritu Santo. Por eso la oración, el discernimiento, y las obras de amor
fraterno son el prisma por el que se nos posibilita esa visión.
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