AUN RODEADO DE BIENESTAR MATERIAL HIZO POR OTROS Y AGRADÓ A DIOS
Miércoles, XXXIII semana
San Agustín Sermón 21,1-4
El
justo se alegra con el Señor, espera en él, y se felicitan los
rectos de corazón. Esto es lo que hemos cantado con la boca y el
corazón. Tales son las palabras que dirige a Dios la mente y la
lengua del cristiano: El justo se alegra, no con el mundo, sino con
el Señor. Amanece la luz para el justo –dice otro salmo–, y la
alegría para los rectos de corazón. Te preguntarás el porqué de
esta alegría. En un salmo oyes: El justo se alegra con el Señor, y
en otro: Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu
corazón. ¿Qué se nos quiere inculcar? ¿Qué se nos da? ¿Qué se
nos manda? ¿Qué se nos otorga? Que nos alegremos con el Señor.
¿Quién puede alegrarse con algo que no ve? ¿O es que acaso vemos
al Señor? Esto es aún sólo una promesa. Porque, mientras sea el
cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor.
Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Guiados por la fe, no por la
clara visión. ¿Cuándo llegaremos a la clara visión? Cuando se
cumpla lo que dice Juan: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún
no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo
completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la
esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también
ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que
nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el
Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de
convertirse luego en posesión. Ahora amamos en esperanza. Por esto,
dice el salmo que el justo se alegra con el Señor. Y añade, en
seguida, porque no posee aún la clara visión: y espera en él. Sin
embargo, poseemos ya desde ahora las primicias del Espíritu, que son
como un acercamiento a aquel a quien amamos, como una previa
gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y beber
ávidamente
REFLEXIÓN
Amar el pecado, es como amar el desvío, el extravío, la nada. Amar el pecado, es amar el no amor: amar el odio, la venganza, el crimen, el abandono que perjudica, la ausencia de solidaridad, la infidelidad, el placer que envilece y nos daña y a otros. Es amar la destrucción del bien de todos, la enemistad, la conspiración para la corrupción. Es amar no amar, en nombre del amor.
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