martes, 16 de noviembre de 2021

BEATO CARLO

 

De los sermones de san Andrés de Creta, obispo
(Sermón 9, Sobre el Domingo de Ramos: PG 97,1002)

MIRA A TU REY QUE VIENE A TI JUSTO Y VICTORIOSO

Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la
victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino
tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino,
pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando
sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea
para él, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta:
Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un
asno, en un pollino de borrica.
El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y
viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de
sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.
Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al
que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a
nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu
fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de
Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla (así aclamamos
con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor
amanece sobre ti!

¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre.
Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo,
aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a
los pastores y que guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo
desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció.
Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la cruz, en la que fue glorificado
Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su
pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo
glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de
Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré
a todos hacia mí.

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