San Agustín Sermón 47, sobre las ovejas 12-14
Si de algo podemos preciarnos es del
testimonio de nuestra conciencia. Hay hombres que juzgan temerariamente, que
son detractores, chismosos, murmuradores, que se empeñan en sospechar lo que no
ven, que se empeñan incluso en pregonar lo que ni sospechan; contra esos tales,
¿qué recurso queda sino el testimonio de nuestra conciencia? Y ni aun en
aquellos a los que buscamos agradar, hermanos, buscamos nuestra propia gloria,
o al menos no debemos buscarla, sino más bien su salvación, de modo que,
siguiendo nuestro ejemplo, si es que nos comportamos rectamente, no se desvíen.
Que sean imitadores nuestros, si nosotros lo somos de Cristo; y, si nosotros no
somos imitadores de Cristo que tomen al mismo Cristo por modelo. Él es, en
efecto, quien apacienta su rebaño, él es el único pastor que lo apacienta por
medio de los demás buenos pastores, que lo hacen por delegación suya. Por
tanto, cuando buscamos agradar a los hombres, no buscamos nuestro propio
provecho, sino el gozo de los demás, y nosotros nos gozamos de que les agrade
lo que es bueno, por el provecho que a ellos les reporta, no por el honor que
ello nos reporta a nosotros. Está bien claro contra quiénes dijo el Apóstol: Si
siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo. Como
también está claro a quiénes se refería al decir: Procurad contentar en todo a
todos, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos. Ambas
afirmaciones son límpidas, claras y transparentes. Tú limítate a pacer y beber,
sin pisotear ni enturbiar. Conocemos también aquellas palabras del Señor
Jesucristo, maestro de los apóstoles: Alumbre vuestra luz a los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el
cielo, esto es, al que os ha hecho tales. Nosotros somos su pueblo, el rebano
que él guía. Por lo tanto, él ha de ser alabado, ya que él es de quien procede
la bondad que pueda haber en ti, y no tú, ya que de ti mismo no puede proceder
más que mal dad. Sería contradecir a la verdad si quisieras ser tú alabado
cuando haces algo bueno, y que el Señor fuera vituperado cuando haces algo
malo.
REFLEXIÓN
Nuestro individualismo,
proverbial del occidente desde el Renacimiento, acrecentado desde el
existencialismo y en la actual mentalidad de redes sociales, nos lleva a
fundamentarnos exclusivamente en el testimonio, supuestamente depurado de
nuestra conciencia, caiga sin caiga contra nosotros. Nos hemos quedado con una
parte que es el ojo de agua del totalitarismo y el dogmatismo, el
fundamentalismo y todo tipo de extremismos autoritarios. El desprecio por la
oposición y por los demás. Sin embargo se alzan ya en el horizonte las huestes
contrarias: el daño a los demás, la afectación de los más débiles, la piedra de
tropiezo del mal ejemplo.
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