Viernes, XIII
San Agustín Sobre la predestinación de los elegidos 15, 30-31
El más esclarecido ejemplar de la
predestinación y de la gracia es el mismo Salvador del mundo, el mediador entre
Dios y los hombres, Cristo Jesús; porque para llegar a serlo, ¿con qué méritos
anteriores, ya de obras, ya de fe, pudo contar la naturaleza humana que en él
reside? Yo ruego que se me responda a lo siguiente: aquella naturaleza humana
que en unidad de persona fue asumida por el Verbo, coeterno del Padre, ¿cómo
mereció llegar a ser Hijo unigénito de Dios? ¿Precedió algún mérito a esta
unión? ¿Qué obró, qué creyó o qué exigió previamente para llegar a tan inefable
y soberana dignidad? ¿No fue acaso por la virtud y asunción del mismo Verbo,
por lo aquella humanidad, en cuanto empezó a existir, empezó a ser Hijo único
de Dios? Manifiéstese, pues, ya a nosotros en el que es nuestra Cabeza, la
fuente misma de la gracia, la cual se derrama por todos sus miembros según la
medida de cada uno. Tal es la gracia, por la cual se hace cristiano el hombre
desde el momento en que comienza a creer; la misma por cual aquel Hombre, unido
al Verbo desde el primer momento de su existencia, fue hecho Jesucristo; del
mismo Espíritu Santo, de quien Cristo fue nacido, es ahora el hombre renacido;
por el mismo Espíritu Santo, por quien verificó que la naturaleza humana de Cristo
estuviera exenta de todo pecado, se nos concede a nosotros ahora la remisión de
los pecados. Sin duda, Dios tuvo presciencia de que realizaría todas estas
cosas. Porque en esto consiste la predestinación de los santos, que tan
soberanamente resplandece en el Santo de los santos. ¿Quién podría negarla de
cuantos entienden rectamente las palabras de la verdad
REFLEXIÓN
Una gran muchedumbre hemos
sido predestinados para ser sus miembros. Todos aquellos que ya lo son, o han
sido, sin que se pueda decir que esa predestinación gratuita sea una garantía
de nada en definitiva, sin la colaboración de la buena voluntad de nosotros.
Así es la gracia que actúa con predestinación, para incluir no para recluir o
dañar.
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