Nació en Lisboa a finales del siglo XII.
Primero formó parte de los canónigos regulares de san Agustín, y, poco después
de su ordenación sacerdotal, ingresó en la Orden de los frailes Menores, con la
intención de dedicarse a propagar la fe cristiana en África. Sin embargo, fue
en Francia y en Italia donde ejerció con gran provecho sus dotes de predicador,
convirtiendo a muchos herejes. Fue el primero que enseñó teología en su Orden.
Escribió varios sermones llenos de doctrina y de unción. Murió en Padua el año
1231.
De los sermones de san Antonio de Padua, presbítero
El que está lleno del Espíritu Santo
habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que
da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la
obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden
verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va
acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras
quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por
esto, el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló
fruto, sino hojas tan sólo. «La norma del predicador –dice san Gregorio– es
poner por obra lo que predica». En vano se esfuerza en propagar la doctrina
cristiana el que la contradice con sus obras. Pero los apóstoles hablaban según
el Espíritu les sugería. ¡Dichoso el que habla según le sugiere el Espíritu
Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su
propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas,
atribuyéndoselas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor
por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis
palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas –oráculo del Señor– que
manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de
sueños falsos –oráculo del Señor–, que los cuentan para extraviar a mi pueblo,
con sus embustes jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso, son
inútiles a mi pueblo –oráculo del Señor–. Hablemos, pues, según nos sugiera el
Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su
gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de
Pentecostés, mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la
observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de
viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los
sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios uno y trino.
REFLEXIÓN
Nuestra palabrería inútil y estéril es abundante en todo espacio humano donde jóvenes, mayores, hombres y mujeres convergen para socializar. Destacan los que se reúnen para solucionar males planetarios que afectan el bien común: cambio climático, distribución equitativa de la riqueza acumulada por unos pocos, corrupción a todo nivel y sin distingo de edad, raza, religión o sexo. Tal como se reprende en el evangelio a quienes claman “Señor, Señor—“ Mt7,21ss hay que insistir que no es la palabrería vana la que convence de buena obra.
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