San Buenaventura Opúsculo 3, El árbol de
la vida 29-30.4
Y tú, hombre redimido, considera quién, cuál y
cuán grande es éste que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a
los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas
piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano,
más duro eres que ellas, si con el recuerdo de tal víctima ni el temor te
espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te
ablanda! Para que del costado de Cristo dormido en la cruz se formase la
Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: Mirarán al que atravesaron, uno
de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión
de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se
derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente arcana del corazón,
diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la
gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente
viva, que salta hasta la vida eterna.
REFLEXIÓN
La simbología medioeval
hizo un gran alarde de comprensión de múltiples aspectos y detalles del entorno
que describen los evangelios, relacionados con la vida, pasión y muerte de
Jesús de Nazareth. El símbolo como el lenguaje poético sólo se debe a sí mismo
y se justifica por sí mismo, porque pretende alcanzar regiones de la realidad,
que por otros discursos están cerrados y no aportan conocimiento significativo.
El corazón sigue siendo hoy en ese lenguaje, más allá de la tecnología, un
tópico pletórico de la intimidad humana, su arcano, su misterio, el hogar de su
decisión y de su querencia. Decir de la divinidad que es un corazón vulnerable,
es mucho decir.
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