miércoles, 2 de octubre de 2024

DOCTORES DE LA IGLESIA

BEATO CARLO


 

De los sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 12 sobre el salmo 90: Tú que habitas, 3, 6-8: Opera omnia, edición cisterciense, 4,
1966, 458-462)
Que te guarden en tus caminos

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.

Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con

los hombres. Den gracias y digan entre los gentiles: "El Señor ha estado

grande con ellos." Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia,

para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras

tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle tu Hijo único, le

infundes tu Espíritu, incluso le prometes la visión de tu rostro. Y, para que

ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por

nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos

ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros

ayos.

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.

Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una

gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia

de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia.

Porque ellos están presentes junto a ti, y lo están para tu bien. Están

presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están

porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles

agradecidos, pues que cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan

en nuestras necesidades, que son tan grandes.

Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios;

correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según

debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha

de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para ellos como

para nosotros, gracias al cual podemos amar y honrar, ser amados y

honrados.En él, hermanos, amemos con verdadero afecto a sus ángeles,

pensando que un día hemos de participar con ellos de la misma herencia y

que, mientras llega este día, el Padre los ha puesto junto a nosotros, a

manera de tutores y administradores. En efecto, ahora somos ya hijos de

Dios, aunque ello no es aún visible, ya que, por ser todavía menores de

edad, estamos bajo tutores y administradores, como si en nada nos

distinguiéramos de los esclavos.

Por lo demás, aunque somos menores de edad y aunque nos queda

por recorrer un camino tan largo y tan peligroso, nada debemos temer

bajo la custodia de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos

guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y

menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos:

¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos

a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente.

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