San Agustín Salmo 60,2-3
Dios mío,
escucha mi clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea
uno solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde todos los confines de la
tierra con el corazón abatido. Por lo tanto, si invoca desde todos los confines
de la tierra, no es uno solo y, sin embargo, es uno solo, porque Cristo es uno
solo y todos nosotros somos sus miembros.
El Cristo total se encuentra desde todos los seres
de la creación, esparcidos por todas partes, en súplica, en clamor, desde un
corazón abatido, exhibiendo el rigor del esfuerzo, en suma fatiga, en ardorosa
campaña
¿Y quién
es ese único hombre que clama «desde todos los confines de la tierra»? Los que
invocan «desde todos los confines de la tierra» son los llamados a aquella
herencia, a propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en
herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. De manera que
quien clama «desde todos los confines de la tierra» es el cuerpo de Cristo, la
heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos
nosotros.
Los que piden como una sólo voz, en Cristo, no son
alienígenas, ni marginados, ni periféricos, ni desechados, sino todo lo
contrario, son los dueños con Cristo y en Cristo. A quienes le cabe el derecho
de posesión de todo. Son los que paradójicamente, unos a otros , entre ellos,
se excluyen del patrimonio común , entre sí no reconocen sus derechos comunes,
herederos que se roban a otros su herencia, su título de heredero, y se
apropian contra muchos, de lo que les pertenece a todos los miembros de Cristo
Y ¿qué es
lo que pide? Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi
súplica. Te invoco desde todos los confines de la tierra. O sea: «Esto que
pido, lo pido desde todos los confines de la tierra», es decir, desde todas
partes.
Lo que pide el clamor es que escuche Dios, el Padre
del Cristo, el que ha dado al Hijo y sus miembros la herencia, el patrimonio, a
heredad. Que escuche una vez más, que siga escuchando siempre, que nunca se
haga sordo.
Pero,
¿por qué ha invocado así? Porque tenía el corazón abatido. Con ello da a
entender que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres
del orbe entero, con gran gloria, ciertamente, pero también rodeado de graves
tentaciones.
Desde el que clama, los que claman, hay abatimiento
generalizado, postración indiscutible, dado que sucede que no podemos resolver,
tiempo ha, esta división por las que unos niegan a otros los mismos derechos.
Pues
nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya
que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie
se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido,
ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de
tentaciones.
Ciertamente ahora nos conocemos como fratricidas,
los que nos llamábamos hermanos, miembros de la familia humana. Por la
tentación y la acción del despojo de los otros hermanos, nos conocemos ladrones
y criminales. Solo unos pocos se convierten en vencedores que progresan a
través del combate contra la tentación de sofocar al propio hermano sus
derechos.
Éste que
invoca desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra
abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, a su cuerpo, quiso prefigurarnos
también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo,
a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza les precedió.
De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás.
Nos acaban de leer que Jesucristo nuestro Señor se dejó tentar por el demonio.
¡Nada menos que Cristo tentado por el demonio! Pero en Cristo estabas siendo
tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la
salvación; de ti procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti
para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él
la tentación, y de él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en él,
también en él vencemos al demonio. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te
fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también
vencedor en él. Podía haber evitado el demonio; pero si no hubiese sido
tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado.
Por lo tanto tanta postración no es permanente, ni
definitiva, porque Cristo cabeza nos alienta a sacudirnos la desigualdad que
reina entre los herederos, a superar la división por las que unos sobre los
muchos roban lo común.