martes, 16 de noviembre de 2021

PALABRA COMENTADA

 


MARTES 33 DE TIEMPO ORDINARIO

Año Impar

2Macabeos 6,18-31



REFLEXIÓN

como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.

Pero Jesús se fija, más bien, en lo que hace impuro desde adentro, no lo de fuera, en el contexto de un formalismo religioso institucionalizado en su tiempo que, además, patrocina la discriminación de los impuros como pecadores.

En ese sentido no habría oposición con este texto pues el rechazo que se manifiesta es por su convicción de no comer cerdo, en el contexto de una profanación.

Eleazar prefiere no someterse a un sistema idolátrico e irrespetuoso de la alianza, que destrona al Señor de Israel por otras creencias.

"¡Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez

La actitud de integridad y la entrega a un testimonio edificante no tiene edad ni jubilación. Puede acaecer en cualquier tiempo.

Para la corrupción que aparece como generalizada y relativizada hoy en diferentes lugares, este testimonio es una saludable confrontación y crítica, a fin de despertar de la indiferencia que nos corroe.

Salmo responsorial: 3



REFLEXIÓN

tú mantienes alta mi cabeza.

De nuestra parte está deslizarnos y caer. El Señor es la fuerza que mantiene el testimonio hasta el final.

Parafraseando los derechos fundamentales de algunas constituciones de los estados, podemos decir que en el ámbito del martirio todos somos cobardes mientras no se demuestre lo contrario.

Lucas 19,1-10



REFLEXIÓN

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico

Un jefe de corruptos, es aún más corrupto. Un jefe de gente con el poder tras de sí para exigir pago de impuestos y contribuciones, y que se queda con una parte, es peor que sus delegados.

"Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador."

Los de afuera juzgan por fuera. Jesús ofrece la oportunidad de conversión que es mejor aprovechada por alguien excluído de la salvación.

Por lo tanto se trata de alguien muy mal calificado entre la población, con mala fama y peor ejecutoria. De quien no se espera sino trampa, bribonada, corrupción y abuso de poder.

A esta escoria se dirige Jesús y se autoinvita a su casa.

Es como bajar al infierno para invitar al mismo diablo.

Con Jesús sucede lo que constantemente se hace: juzgar por fuera, propalar la maledicencia.

Se ignora, y no se da la oportunidad a pensar, que se puede estar efectuando un proceso de regeneración y salvación.

"Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más."

Una generosísima reparación es la señal de una conversión sincera.

Hoy nosotros llegamos muchas veces hasta el arrepentimiento, pero sin acordarnos del compromiso de reparar el daño infligido.

El efecto de la llamada es una liberación de las riquezas acumuladas mal habidas.

El efecto es transparencia en la actuación para que otros puedan demandarle si se sienten perjudicados.

Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

Hay alguna experiencia en nuestra vida que se acerque a una liberación de aquello que nos ata al perjuicio, aun implícito, de los otros.? Esa será una experiencia del reino del Padre.

Dicho en otra forma, el designio del Padre en su hijo Jesús de Nazareth, busca recuperar la pérdida de las personas, que naufragan en su pérdida de cosas.

Esta es una palabra luminosa y consoladora. Lo perdido, lo que no sirve, es a los ojos de Dios una oportunidad de recuperación y de su glorificación.

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BEATO CARLO

 

De los sermones de san Andrés de Creta, obispo
(Sermón 9, Sobre el Domingo de Ramos: PG 97,1002)

MIRA A TU REY QUE VIENE A TI JUSTO Y VICTORIOSO

Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la
victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino
tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino,
pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando
sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea
para él, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta:
Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un
asno, en un pollino de borrica.
El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y
viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de
sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.
Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al
que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a
nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu
fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de
Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla (así aclamamos
con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor
amanece sobre ti!

¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre.
Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo,
aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a
los pastores y que guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo
desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció.
Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la cruz, en la que fue glorificado
Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su
pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo
glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de
Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré
a todos hacia mí.