sábado, 18 de junio de 2022

PALABRA COMENTADA

 

Sábado 11 de tiempo ordinario

Año Par

2Crónicas 24, 17-25



REFLEXIÓN

Habéis abandonado al Señor, y él os abandona

Pecar es irnos de la esfera de influencia del Señor. En respeto de nuestra libertad nos sigue para que volvamos, pero no fuerza.

No podía ser de otra forma si somos a su imagen y semejanza: libres.

El rey Joás, sin tener en cuenta los beneficios recibidos de Yehoyadá, mató a su hijo, que murió diciendo: "¡Que el Señor juzgue y sentencie!"

El comportamiento humano ingrato es un misterio. El endurecimiento del corazón para sostenerse en un decisión es comprensible, pero suicida. Así como nunca entenderemos en el fondo, a alguien que atentó contra su vida, necesitamos dejar en el Señor el juicio y el perdón.

el Señor le entregó un ejército enorme, porque el pueblo había abandonado al Señor, Dios de sus padres. Así se vengaron de Joás.

Pensar en juntar estas dos cosas: derrota y abandono de Dios, no es compatible para nuestro tiempo, cuya imagen del Señor es la bondad total. Es un rasgo revelado por el Espíritu en la cultura que ayuda a nuestra relación de fe.

Pero hay que pensar también que, cuando se consuma un estilo de vida contrario a sus mandatos, se da una infelicidad, un vacío, una soledad por atreverse a quebrantar valores apreciados por otros.

Quién es pueblo? En el AT el pueblo se desviaba a una con sus dirigentes. Hoy en base al NT el pueblo es el que tiene razón: la voz del pueblo absolutamente es la voz de Dios.? Otra veleidad del dogmatismo laico que anhela la seguridad y bendición de la divinidad en algo que se pueda evidenciar, para huir de la sumisión al misterio.

Lo enterraron en la Ciudad de David, pero no le dieron sepultura en las tumbas de los reyes.

Se pronuncia un juicio histórico final sobre la suerte del rey renegado. Será inspirado? LO inspirado es que aun a pesar de las condenaciones históricas humanas, falta la definitiva del juicio trascendente de Dios, que no se  expresa absolutamente por humanos, no obstante nuestras eventuales pretensiones.

Salmo responsorial: 88



REFLEXIÓN

Sellé una alianza con mi elegido

Jesús es la otra cara de la medalla de la ingratitud y el abandono del Señor. Ha aparecido en nuestra tierra un leal, un fiel, alguien agradecido al Padre que se recrea en sus mandatos, hasta el extremo de cumplirlos en el Espíritu que fueron pronunciados.

"Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades."

Por y para el pueblo, es el designio de Dios, aun contra el pueblo rebelde.

"Castigaré con la vara sus pecados / y a latigazos sus culpas; / pero no les retiraré mi favor / ni desmentiré mi fidelidad."

A su revelación debemos la comprensión fundamental sobre la misericordia del Señor y sus pruebas, como gestos de amor para llamarnos cabe sí.

El pueblo es corregido para que se convierta, no para que se aniquile.

La revisión del Estado que se hace hoy, se mueve  más hacia el capital, institucionalmente, que hacia la protección del Estado hacia los trabajadores.

Por los cambios sociales actuales vemos que los trabajadores no son los únicos que deben ser protegidos.

Pero las medidas neoliberales no ayudan a proteger a nadie de los pequeños. Aunque  sospechemos que sus voceros no lo son tanto y lucran de ellos.

Sin embargo, este fortalecimiento del Estado empresario, hace temer que el más débil lo seguirá siendo más.

Mateo 6,24-34



REFLEXIÓN

Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo

Es importante que la propia experiencia de adulterar una relación nos abra la comprensión sobre la necesidad de ser leales a un solo Señor, un solo amor, sin coqueteos ni devaneos.

Pero una cosa es la debilidad como llamamiento a la fuerza del Señor para que venga en nuestro auxilio, y otra muy diferente es ponerse a su servicio, dejar que nos domine, abandonar la lucha.

No podéis servir a Dios y al dinero

Millones de personas, miles de estructuras por ellas alimentadas y soportadas viven del principio contrario: que se puede servir a Dios y al dinero.

Cualquiera de los sistemas económicos, incluso los que muestran alguna solidaridad, mantienen su pretensión de posesión y acumulación de riqueza: de codicia.

El afán de lucro es una de nuestras más glamorosas debilidades, de todos los tiempos.

Hoy reviste la forma de inversión volátil, que llega como depredador a una economía necesitada y levanta vuela inmediatamente que surge una crisis, dejando ruina y miseria, sin preocuparse de reparación alguna.

Tantos lugares quedan arrasados económicamente después de la visita de esas grandes inversiones.

No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?

Se dice que gran parte de la población moderna sufre de agobio y depresión. El horizonte vital está habitado por temores y riesgos. Crisis es una palabra común y frecuentada en nuestro discurso.

Será que abrir una ventana a la dimensión de la Providencia y al sentido de que Alguien vela por nuestras vidas será alienante? No será importante hacerlo, aun por fines de salud mental al menos?

Un texto de una armonía sublime, que inspira el abandono en el Señor y sería el antídoto del estrés, que nos asedia y asfixia a cada paso, en el mundo agitado de hoy.

Una llamada a dejarse cuidar por el Señor, experimentando al Padre que nos ama a cada paso en nuestra existencia.

Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?

Una pretensión de solución cuasi final moderna, es el tribunal de derechos humanos, al que se acude cuando todos los otros tribunales han fracasado en fallar a favor de nuestros supuestos derechos.

Quizás debíamos incluir también la pretensión de una instancia trascendente que da un valor absoluto a nuestra vida y defiende mejor que nadie nuestros derechos humanos: el Padre de Jesús de Nazareth. Solo que se requiere fe.

Buscar sobre todo a Jesús y su estilo de vida, su cosmovisión, sus actitudes, su testimonio, su fe en el Padre, su amor a los pequeños.

Es un expresión viva para inspirar el sentido del valor de la persona.

Que a los ojos de Dios es más preciosa que lo más precioso de la creación, a la que ya hizo hermosa.

Pero es sólo abierta para la fe, esta visión de la persona y su nobleza, gloria y dignidad.

Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.

La justicia del Reino de Dios no es para el más allá, sino desde ahora. Ni es para que otros hagan, sino para que la hagamos todos. Se trata de construir la fraternidad.

Se nos aclara cuál es la ley de la gravedad del universo evangélico y de la Palabra de Dios: el reino de Dios y su justicia.

La justicia del Reino no se identifica con ningún ejercicio de justicia inventado por nosotros, sino que es un horizonte respecto del cual toda justicia humana debe seguir perfeccionándose.

Incluso la justicia del derecho canónico eclesiástico, de cualquier confesión religiosa.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1538131164153712640?s=20&t=qZZMDdmR6xn5G7MQg-Zy_Q

BEATO CARLO


TESTIMONIO DEL PARROCO

 Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.
(Cap. 28-30: CSEL 3, 287-289)

 

HAY QUE ORAR NO SÓLO CON PALABRAS, SINO TAMBIÉN CON HECHOS

 

No es de extrañar, queridos hermanos, que la oración que nos enseñó Dios con su magisterio resuma todas nuestras peticiones en tan breves y saludables palabras. Esto ya había sido predicho anticipadamente por el profeta Isaías, cuando, lleno de Espíritu Santo, habló de la piedad y la majestad de Dios, diciendo: Palabra que acaba y abrevia en justicia, porque Dios abreviará su palabra en todo el orbe de la tierra. Cuando vino aquel que es la Palabra de Dios en persona, nuestro Señor Jesucristo, para reunir a todos, sabios e ignorantes, y para enseñar a todos, sin distinción de sexo o edad, el camino de salvación, quiso resumir en un sublime compendio todas sus enseñanzas, para no sobrecargar la memoria de los que aprendían su doctrina celestial y para que aprendiesen con facilidad lo elemental de la fe cristiana.

 

Y así, al enseñar en qué consiste la vida eterna, nos resumió el misterio de esta vida en estas palabras tan breves y llenas de divina grandiosidad: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. Asimismo, al discernir los primeros y más importantes mandamientos de la ley y los profetas, dice: Escucha, Israel; el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Este es el primero. El segundo, parecido a éste, es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda la ley y los profetas. Y también: Todo cuanto queréis que os hagan los demás, hacédselo igualmente vosotros. A esto se reducen la ley y los profetas.

 

Además, Dios nos enseñó a orar no sólo con palabras, sino también con hechos, ya que él oraba con frecuencia, mostrando, con el testimonio de su ejemplo, cuál ha de ser nuestra conducta en este aspecto; leemos, en efecto: Jesús se retiraba a parajes solitarios, para entregarse a la oración; y también: Se retiró a la montaña para orar, y pasó toda la noche haciendo oración a Dios. El Señor, cuando oraba, no pedía por sí mismo -¿qué podía pedir por sí mismo, si él era inocente?-, sino por nuestros pecados, como lo declara con aquellas palabras que dirige a Pedro: Satanás os busca para zarandearos como el trigo en la criba; pero yo he rogado por ti, para que no se apague tu fe. Y luego ruega al Padre por todos, diciendo: Yo te ruego no sólo por éstos, sino por todos los que, gracias a su palabra, han de creer en mí, para que todos sean uno; para que, así como tú, Padre, estás en mí y yo estoy en ti, sean ellos una cosa en nosotros. Gran benignidad y bondad la de Dios para nuestra salvación: no contento con redimirnos con su sangre, ruega también por nosotros. Pero atendamos cuál es el deseo de Cristo, expresado en su oración: que así como el Padre y el Hijo son una misma cosa, así también nosotros imitemos esta unidad.