viernes, 30 de junio de 2023

PALABRA COMENTADA

 

VIERNES 12 DE TIEMPO ORDINARIO

Año Impar

Génesis 17,1.9-10.15-22



REFLEXIÓN

"Yo soy el Dios Saday. Camina en mi presencia con lealtad."

Hay diferentes significados-contenidos en este nombre dado a Dios en las tradiciones patriarcales.

Dejan conocer una divinidad que se destaca de otras en el ámbito inicial de los padres del pueblo hebreo.

Es una divinidad para caminar en lealtad y con quien se vinculan sus creyentes mediante un pacto.

Un pacto que se celebra con un gesto que en el comienzo pudo ser una medida de higiene: la circuncisión.

Que tal medida no resultara imprescindible para la relación sexual quedó demostrado                                                                                                                                                en la praxis que introdujo el cristianismo gentil al no circuncidarse.

Según Pablo debían más bien circuncidarse el corazón, lo profundo de la persona, y no tanto su exterior.

Se profundiza así la orientación evangélica de actuar por motivaciones de convicción de conciencia, más que por exterioridades.

Salmo responsorial: 127



REFLEXIÓN

Dichoso el que teme al Señor / y sigue sus caminos. / Comerás del fruto de tu trabajo, / serás dichoso, te irá bien

La bonanza y el bienestar cotidiano de la vida se asocian fácilmente con una relación sana con Dios, a quien se toma en serio, se le ama y se espera de Él.

No habría que inhibirse y desconfiar de esa placidez, que significa la felicidad incompleta que en la vida se puede alcanzar normalmente.

No es ni humano ni divino vivir una perspectiva trágica y conflictiva, o culpabilizada porque una vida de bienestar resulte un egocentrismo.

Sin embargo la disponibilidad de la fe en el Señor nos lleva a la aceptación serena de las pruebas y dolores de crecimiento espiritual y madurez humana, mediante las cuales el Señor nos muestra su amor y nos invita a la generosidad.

Mateo 8,1-4



REFLEXIÓN

al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme." Extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero, queda limpio." Y en seguida quedó limpio de la lepra

Jesús, parecido a Moisés pero superior, porque la lepra y los leprosos podían ser declarados impuros, si enfermaban, o puros si sanaban, pero no había prescripción para sanar.

Al sanarlo Jesús sacaba del encierro o liberaba del exilio al desdichado leproso, y así podía ser certificado por la ley para regresar a la comunidad.

Jesús no puso una ley aparte, sino que intervino para dar salud, que además significaba una salvación social, porque la Ley no tuvo más alternativa que declararlo puro y dejarlo volver a la comunidad.

Al otorgarle salud y salvación social, también lo liberó de la etiqueta pública de pecador, a la que se había hecho merecedor por ser leproso, porque toda enfermedad era efecto del pecado.

Así establece el relato de la Palabra la superioridad de Jesús sobre Moisés.

https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1674738609205784576?s=20

COMPARTIR LA PALABRA

Génesis 17,1.9-10.15-22

Cambio de nombre de Abraham, cambio de signo de alianza, cambio de nombre de Dios, con traza de préstamo cultural, en proceso de absorción a una divinidad diferente, interactiva, dialogal, promitente, actuando prodigiosamente. Es una elección de un casado sin descendencia propia porque su mujer es infértil, y consecuentemente el heredero sería alguien de otra estirpe. Una divinidad prodigiosa y espléndida con alguien frustrado en su destino común.

Salmo responsorial: 127

Ahora en vez de maldecir por una suerte frustrada es posible bendecir, y tener en común con tantos seres una vida de bienestar, regocijo, abundancia, amistad con Dios.

Mateo 8,1-4

Baja del monte de las bienaventuranzas el Nuevo Moisés y atiende un descartado de la sociedad religiosa que lo tiene por impuro y pecador. La fe en él es balbuciente, pero inicia su proceso de entrega a Jesús, quien le confirma que lo puede curar y lo quiere curar. Jesús lo habilita para incluirse en la sociedad y recuperar la vida social, y cumplir la ley que pretende cuidar la pureza de la vida.

 

 

BEATO CARLO

 

De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo.
(Homilía 6 Sobre las bienaventuranzas: PG 44, 1266-1267)


LA ESPERANZA DE VER A DIOS

La promesa de Dios es ciertamente tan grande que supera toda felicidad imaginable. ¿Quién, en efecto, podrá desear un bien superior, si en la visión de Dios lo tiene todo? Porque, según el modo de hablar de la Escritura, ver significa lo mismo que poseer; y así, en aquello que leemos: Que veas la prosperidad de Jerusalén, la palabra «ver» equivale a tener. Y en aquello otro: Que sea arrojado el impío, para que no vea la grandeza del Señor, por «no ver» se entiende no tener parte en esta grandeza.

Por lo tanto, el que ve a Dios alcanza por esta visión todos los bienes posibles: la vida sin fin, la incorruptibilidad eterna, la felicidad imperecedera, el reino sin fin, la alegría ininterrumpida, la verdadera luz, el sonido espiritual y dulce, la gloria inaccesible, el júbilo perpetuo y, en resumen, todo bien.

Tal y tan grande es, en efecto, la felicidad prometida que nosotros esperamos; pero, como antes hemos demostrado, la condición para ver a Dios es un corazón puro, y, ante esta consideración, de nuevo mi mente se siente arrebatada y turbada por una especie de vértigo, por la duda de si esta pureza de corazón es de aquellas cosas imposibles y que superan y exceden nuestra naturaleza. Pues si esta pureza de corazón es el medio para ver a Dios, y si Moisés y Pablo no lo vieron, porque, como afirman, Dios no puede ser visto por ellos ni por cualquier otro, esta condición que nos propone ahora la Palabra para alcanzar la felicidad nos parece una cosa irrealizable. ¿De qué nos sirve conocer el modo de ver a Dios, si nuestras fuerzas no alcanzan a ello? Es lo mismo que si uno afirmara que en el cielo se vive feliz, porque allí es posible ver lo que no se puede ver en este mundo. Porque, si se nos mostrase alguna manera de llegar al cielo, sería útil haber aprendido que la felicidad está en el cielo. Pero, si nos es imposible subir allí, ¿de qué nos sirve conocer la felicidad del cielo sino solamente para estar angustiados y tristes, sabiendo de qué bienes estamos privados y la imposibilidad de alcanzarlos? ¿Es que Dios nos invita a una felicidad que excede nuestra naturaleza y nos manda algo que, por su magnitud, supera las fuerzas humanas?

No es así. Porque Dios no creó a los volátiles sin alas, ni mandó vivir bajo el agua a los animales dotados para la vida en tierra firme. Por tanto, si en todas las cosas existe una ley acomodada a su naturaleza, y Dios no obliga a nada que esté por encima de la propia naturaleza, de ello deducimos, por lógica conveniencia, que no hay que desesperar de alcanzar la felicidad que se nos propone, y que Juan y Pablo y Moisés, y otros como ellos, no se vieron privados de esta sublime felicidad, resultante de la visión de Dios; pues, ciertamente, no se vieron privados de esta felicidad ni aquel que dijo: Ahora me aguarda la corona merecida, que el Señor, justo juez, me otorgará, ni aquel que se reclinó sobre el pecho de Jesús, ni aquel que oyó de boca de Dios: Te he conocido más que a todos. Por tanto, si es indudable que aquellos que predicaron que la contemplación de Dios está por encima de nuestras fuerzas son ahora felices, y si la felicidad consiste en la visión de Dios, y si para ver a Dios es necesaria la pureza de corazón, es evidente que esta pureza de corazón, que nos hace posible la felicidad, no es algo inalcanzable. Los que aseguran, pues, tratando de basarse en las palabras de Pablo, que la visión de Dios está por encima de nuestras posibilidades se engañan y están en contradicción con las palabras del Señor, el cual nos promete que, por la pureza de corazón, podemos alcanzar la visión divina.