jueves, 10 de octubre de 2024

PALABRA COMENTADA

PALABRA COMENTADA

 

Jueves 27 de tiempo ordinario

Año Par

Gálatas 3, 1-5



REFLEXIÓN

¿recibisteis el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe?

Ley, era y es para muchos judíos, una cultura: conjunto organizado de costumbres, tradiciones, creencias.

Ley también era para muchos judíos devotos, la alianza con el Innombrable, por la cual fueron elegidos para una Promesa, y en quien habían depositado su fe por siglos, incluso con martirio.

Entendemos que Pablo se dirige a los que detentan el primer sentido. Una creencia y presunción horizontal como si la belleza y sabiduría de las normas, leyes, disposiciones por el hecho de ser promulgadas, estudiadas y aun guardadas, garantizara el reino.

Y cuando Pablo señala esto contra la Ley judía, no se queda atrás contra las costumbres Helenas.

Su todo es Jesucristo crucificado, que hizo estallar la sabiduría humana, con la de Dios.

La presentación de Jesús crucificado fue con fe en él, por parte de Pablo. A esta fe los creyentes respondieron con fe. La fe que asume responde a la fe que anuncia. De fe en fe. Anuncio de fe, respuesta de fe. Transmisión. 

Y la observancia de la ley no tiene nada que hacer en esta fe. Es gratuita, no es un pago ni un mérito observarla.

¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la carne! ¡Tantas magníficas experiencias en vano!

Se empieza bien, se puede terminar mal. 

En el camino, en el proceso, se infiltra un enemigo que puede torcerlo todo.

Tantas magníficas experiencias en vano

No hay seguridad en nada ni de nada, en nadie ni de nadie. Lo que se hizo bueno puede no ser suficiente. Somos siervos inútiles.

Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace? ¿Porque observáis la ley, o porque respondéis a la fe?

Gálatas somos todos los que incurrimos una y otra vez en la estupidez de creer que la cultura salva, como el Espíritu.

Interleccional: Lucas 1



REFLEXIÓN

Nos ha suscitado una fuerza de salvación / en la casa de David, su siervo

Jesús y su anuncio transmitido generacionalmente

Los verdaderos israelitas que viven más la alianza que la Ley, siguen siendo aun en el cristianismo el pueblo elegido, porque portan la fe que salva en el Espíritu de Jesús crucificado.   

Lucas 11,5-13



REFLEXIÓN

Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Dicho en otra forma, la fe nos debe hacer impertinentes e inoportunos. Demandantes hasta conseguir lo que necesitamos.

En estos tiempos de tanta queja y reclamo, se pone en efecto la insistencia como medio insustituíble para obtener la escucha.

Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, 

La Palabra como ninguna otra comunicación celestial conocida en la historia de las religiones muestra una divinidad con voluntad de ser importunada.

Nosotros nos cansamos primero, y desconfiamos innecesaria y tontamente, cuando medimos la generosidad del Señor por la nuestra, que es más bien mezquindad.

Más claro no canta un gallo. No podemos dejar que el mal espíritu se adueñe de nuestro buen espíritu que clama incesantemente, con el pensamiento melifluo de resignarse a la voluntad de Dios. 

El buen espíritu nos impulsa a la impertinencia y sólo al final, se pone en manos del querer de Dios que nos otorgue distinto a lo pedido. 

Porque la impertinencia es también voluntad del Señor, que quiere a sus hijos como demandantes, a la altura propia de un coheredero.

Nos pide la audacia y la magnanimidad de aquellos que se sienten con Él como en casa.

Se dan opiniones en el sentido de no pedir a Dios nada, sino confiar en Él absolutamente, porque sabe lo que necesitamos.

Es otra visión, otro enfoque frente al que afirma que el Señor lo conoce todo de nosotros y sin insistir debemos confiar en que nos ayudará.

Son enfoques excluyentes o convergentes?: insistir y confiar?.

Si así fuera la oración, madre de todas las oraciones, el padrenuestro no pediría que nos diera el pan del sustento diario.

No debiéramos prejuzgar sobre lo que sí o lo que no agrade al Señor para solicitarle en la oración, sino pedir con la actitud del niño que confía y no se inhibe considerando por cálculo qué será mejor o qué no.

¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

El que no cesa de gemir en nosotros de modo inenarrable e interpreta ante el Señor nuestro profundo deseo del Reino.

Dar Espíritu Santo no es dar cosas. Es el Espíritu el que ora en nosotros, con gemidos inenarrables. Pido el Espíritu Santo, que es el que pide en mí lo que debo pedir.

Porque el Espíritu que nos concede el Padre es la libertad de los hijos para pedir sin retención o inhibición . 

Incluso es el que nos ayuda a entender al buen Padre cuando lo que pedimos no nos conviene tanto o es menos oportuno.

Pero la petición no es de cosas sino de Espíritu, de Reino. Lo demás viene por añadidura.

Ese reino ya está en nosotros, actuando. 

Por eso con frecuencia sentimos resistencia y lucha. Y por que lo hay, es señal del reino avanzando y profundizando su transformación.

Se perciben, se intuyen actitudes nuevas que implican dificultad.

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motivaciondehoy


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Jueves 27 de tiempo ordinario

Año Par

Gálatas 3, 1-5

Interleccional: Lucas 1

Lucas 11,5-13

SAN CARLO DE JESUS ACUTIS DE ASIS

BEATO CARLO



 Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, sobre la oración
(28-33: PG 11, 526. 527.558-562)
Todos tenemos potestad para perdonar los pecados cometidos contra nosotros

Ahora bien, si tantos son nuestros acreedores, no es menos cierto que también nosotros tenemos deudores. Los hay que nos deben en cuanto hombres, otros en calidad de ciudadanos, de padres, de hijos; están los deberes de las mujeres para con los maridos y de los amigos para con los amigos. Pues

bien: si alguno de nuestros numerosos deudores se mostrare menos solícito en

devolvernos los servicios que nos adeuda, debemos reaccionar con humanidad, sin recordar las injurias, antes bien trayendo a la memoria las deudas propias, no solamente para con los hombres, sino para con el mismo Dios, y que tantas veces nos hemos resistido a saldar.

Teniendo, pues, presentes las deudas que no hemos pagado, sino que más bien hemos defraudado en el pasado, cuando debimos prestar al prójimo tal o cual favor, seremos más indulgentes con quienes nos deben y no nos pagan las deudas; máxime si no echamos en olvido lo que hemos pecado contra Dios y las palabras inicuas que hemos pronunciado contra el Excelso, bien por ignorancia de la verdad, bien por intolerancia de la adversidad en la vida.

Porque si no aceptamos ser condescendientes con nuestros deudores, correremos idéntica suerte que aquel empleado que se negó a condonar la deuda del compañero que le debía cien denarios. Habiéndosele perdonado la

deuda —según nos cuenta la parábola evangélica—, a continuación el Señor

ordenó que lo encadenaran, y le exigió el pago de lo que anteriormente le había

perdonado. Y dijo: ¡Siervo malvado y haragán! ¿No debías tú también tener

compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Metedlo en la cárcel hasta que pague toda la deuda. Y el Señor concluye: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Todos tenemos, pues, potestad para perdonar los pecados cometidos contra nosotros, como se ve claramente en las palabras: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y en estas otras: Porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo.

Una vez que haya tratado sobre las diversas partes de la oración, creo que habrá llegado el momento de poner fin a este opúsculo. Me parece que son cuatro las partes de la oración que me toca describir y que hallo dispersas en las Escrituras, y a cuyo modelo debe cada cual reducir, como a un todo, su propia oración.

Estas son las partes de la oración. Según la capacidad de cada cual, 

al principio y como en el exordio de la oración, hay que dar gloria a Dios, por Cristo conglorificado, en el Espíritu Santo coalabado. Después cada cual debe situar la acción de gracias universal por los beneficios concedidos a la comunidad y luego las gracias personales recibidas de Dios

A la acción de gracias parece oportuno le suceda la dolida acusación ante Dios de sus propios pecados y la petición, en primer lugar, de la medicina que lo libere del hábito y de la inclinación al pecado, y luego, del perdón de los pecados cometidos

En cuarto lugar y después de la confesión me parece que ha de añadirse la súplica implorando los magníficos bienes celestiales, tanto para sí mismo como para toda la comunidad humana, para los familiares y para los amigos.

Y por encima de todo esto, la oración debe finalizar por la glorificación de Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo. Pues es justo que una oración que comenzó por la glorificación, con la glorificación termine, alabando y

glorificando al Padre de todos, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, a quien sea la gloria por los siglos