San Agustín
Sermón 293,3
Juan era la
voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una
voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna. Quita la
palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío.
La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón. Pero veamos
cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando
pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si
quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en
el mío. Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra
que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido
de la voz hace Llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el
sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la
palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber
abandonado el mío. Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el
mismo sonido el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que
menguar? El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció,
como si dijera: Esta alegría mía está colmada. Retengamos la palabra, no
perdamos la palabra concebida en la médula del alma.
REFLEXIÓN
El protagonismo que ansiamos y imponemos, creemos lo merecemos. Hemos sido educados para realizarnos, para ser líderes, para brillar. Sin autosuficiencia y prepotencia no creemos ser nadie, tememos nos invisibilicen. Hay necesidad de una conversión muy profunda para entender que en la economía de salvación, la pequeñez es sacramento de Dios, y el último lugar no es una ubicación provisional, sino el auténtico lugar a menos que se de una revaloración divina.
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