Viernes Después de Epifanía
1Juan 5,5-13
¿Quién es el que vence al mundo, sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con
sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu
es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los
testigos: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo.
Si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de
Dios. Éste es el testimonio de Dios, un testimonio acerca de su Hijo. El que
cree en el Hijo de Dios tiene dentro el testimonio. Quien no cree a Dios le
hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de
su Hijo. Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida
está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo de
Dios no tiene la vida. Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre
del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna.
REFLEXIÓN
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
La
Palabra nos habla de éxito, logro, cumplimiento de metas con una clave: creer
en Jesús de Nazareth como Hijo de Dios.
Se puede
creer en él como un ser humano espectacular, pero no es suficiente, porque no
ponemos nuestra confianza sin límites en nadie limitado.
Para que
Jesús reúna las condiciones de lo ilimitado requiere ser reconocido como
absoluto: el Hijo de Dios.
Juan, el
nombre del autor de esta literatura que nos comunica la Palabra, vivió un
desafío temprano para la comunidad de los creyentes.
Jesús
tenía verdadera carne, pero no era Dios porque una carne corruptible no puede
albergar la divinidad.
Era el
prejuicio de la mentalidad griega con influjo platónico.
Pero
también vivió otro desafío: su carne era aparente y por lo tanto no era un
hombre de verdad, un ser humano. Era apariencia humana.
Ambas
conclusiones venían del mismo prejuicio: supuestamente preservar la divinidad
en su estatus.
Había
que reforzar la fe centrada en Jesús de Nazareth, el hombre de carne y Espíritu,
como Hijo de Dios, divino.
En
nuestro tiempo como reacción a la insistencia de la espiritualidad medieval
sobre la divinidad de Jesús y su alejamiento vivencial en nuestra
espiritualidad actual, se insiste con vehemencia en Jesús de Nazareth como ser
humano de carne y hueso, tal como nosotros. Eso ha sido bueno para equilibrar.
Como aun
en lo bueno entra el mal espíritu disfrazado de luz, se ha llegado al extremo
de dudar, omitir, aún negar a Jesús como Hijo de Dios. Su divinidad.
De ahí
la importancia también hoy de la confesión que nos encomienda la Palabra.
En qué
consistirá la transignificación de ciertas fórmulas, que tiempo antes no levantaban
ninguna emoción? Así, creer en Jesús como Hijo de Dios, no tiene en este
momento un énfasis vivencial o existencial relacionado con la ortodoxia, sino
más bien con la convicción y esperanza del aporte definitivo, radical y
fundamental de Jesús como Hijo de Dios para la viabilidad humana.
En Hijo
de Dios más que un título, concentramos un clamor, el de los necesitados de
efectiva salvación. No más salvación-espejismo, provisional, en forma de
alivios y placebos.
En él,
reconcido como vinculado inextricablemente a Dios como Padre, ponemos el deseo
profundo, que es el índice vivencial de la precariedad, pero de la sublimidad
humana.
En él
con este reconocimiento, exclamamos que su realidad de Hijo nos provoca para
que nos la juguemos totalmente hacia el rumbo que marca.
el Espíritu es quien da testimonio, porque
el Espíritu es la verdad.
No sólo como bautista. Sino también como mártir. Y aún
así, sólo el Espíritu da testimonio. No se produce automáticamente: pueden
haber muchos bautistas, muchos mártires, pero sin Espíritu, no hay verdad
Porque tres son los testigos: el Espíritu,
el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo
Un
simbolismo que apunta a la verdadera humanidad: agua y sangre, y a la verdadera
divinidad: el Espíritu.
Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado
vida eterna, y esta vida está en su Hijo
La
consecuencia definitiva de la divinidad de Jesús es que una carne humana logra
traspasar la corruptibilidad y comunicar una vida que no termina, plena.
La
resurrección de la carne de Jesús es el testimonio de Dios sobre su Jesús como
su Hijo y el don de la vida definitiva en él.
Os he escrito estas cosas a los que creéis
en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida
eterna
Una
convicción de fe en el nombre tiene la potencialidad de comunicarnos el gozo de
la vida plena que no acaba.
Si en
nuestra vida corriente experimentamos con mayor o menor frecuencia periodos de
inconformidad e insatisfacción con nuestra vida, es porque en alguna forma
percibimos espiritualmente que estamos teniendo acceso, por fe, a otra calidad
de vida superior.
Y ese
contraste nos conmociona.
Salmo responsorial:
147
Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a
tu Dios, Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido
a tus hijos dentro de ti. R.
Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina. / Él
envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz. R.
Anuncia su palabra a Jacob, / sus decretos y mandatos a Israel; / con
ninguna nación obró así, / ni les dio a conocer sus mandatos
REFLEXIÓN
Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu
Dios, Sión:
Nuestra
acción de gracias, por tanto, constituye nuestro primer deber vital en posesión
de la vida que no acaba.
La
acción de gracias es el gesto de la memoria que se recicla para dar profundidad
y trascendencia a nuestra existencia.
Como la
mesa compartida cuando comemos recicla nuestra memoria existencial de familia
unida.
Lucas 5,12-16
Una vez, estando Jesús en un pueblo, se
presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús cayó rostro a tierra y le
suplicó: "Señor, si quieres puedes limpiarme." Y Jesús extendió la
mano y lo tocó diciendo: "Quiero, queda limpio." Y en seguida le dejó
la lepra. Jesús le recomendó que no lo dijera a nadie, y añadió: "Ve a
presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para
que les conste."
Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que
los curara de sus enfermedades. Pero él solía retirarse a despoblado para orar.
REFLEXIÓN
"Señor, si quieres puedes
limpiarme."
Podemos
parafrasear cambiando el si condicional por el sí afirmativo: Sí quieres!
Puedes limpiarme!
Disponibilidad
para sanar es lo que emana Jesús. El “si quieres” es más un recurso para
animarse a creer, que la negación potencial de la intención sanadora. La
oración es para la fe su verdad salvadora, porque la ubica en la actitud de
escucha y conversión.
"Quiero, queda limpio."
Así la
voluntad de sanación por parte de Jesús es indubitable. No podemos ni debemos
dudar de su inclinación y voluntad para otorgarnos calidad de vida.
"Ve a presentarte al sacerdote y
ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para que les conste."
Dado que
entonces, llegar hasta el final con la sanación emprendida por fe, es un
proceso que va más allá del momento inicial de la curación, y ese proceso no
sería posible sin la colaboración del sanado y sus circunstancias, tenemos que
abrirnos al sentido integral de la voluntad de sanación por parte de Jesús.
Es decir
que sí seguro que Jesús me quiere sanar. Pero que debo disponerme a un proceso
de conversión, para que tal sanación adquiera todo el sentido querido por
Jesús.
Porque
la sanación es un signo del reino de los cielos, del reino del Padre.
Pero él solía retirarse a despoblado para
orar.
Se
insiste en Lucas en la oración que hace Jesús.
Es la
comprensión que tienen los creyentes de la primera comunidad, sobre la necesidad
de ubicar el significado de las buenas obras, como servicio al reino y no como
dominación de los hermanos.
Jesús no
descuida cultivar la actitud de verdad salvadora, para dar vida al que necesita
y cree.
https://twitter.com/motivaciondehoy/status/1347505081692921856?s=20
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