jueves, 4 de marzo de 2021

DOCTORES DE LA IGLESIA

 

Jueves II semana de Cuaresma

San Hilario Salmo 127,1-3

El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad humana que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la conciencia de la culpa, del derecho del más fuerte, del ataque del más valiente, ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que nuestra frágil naturaleza nos lo pone delante. Tampoco aprendemos lo que hemos de temer, sino que son los mismos objetos del temor los que suscitan en nosotros el consentimiento del temor. En cambio, del temor del Señor así está escrito: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. De manera que el temor de Dios tiene que ser aprendido, puesto que se enseña. No se le encuentra en el terror, sino en el razonamiento doctrinal; ni brota de un estremecimiento natural, sino que es el resultado de la observancia de los mandamientos, de las obras de una vida inocente y del conocimiento de la verdad. Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer a sus consejos, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas.



REFLEXIÓN

Nuestro discurrir, entre conceptos, pensamientos y afectos, necesita escarbar y perforar sentidos de la expresión oral humana, porque se va cubriendo de capas, como la tierra se cubre de nuevas capas geológicas. Y la expresión temor de Dios es una que nos pone en la tarea de seleccionar el sentido más congruente con el conjunto del conocimiento teológico que nos transmite una Revelación del Dios misericordioso. Con este atributo debe ser matizado todo lo que digamos.

No hay comentarios: