IV domingo de Cuaresma
San Agustín Sobre San Juan trat. 34,8-9
El Señor
dijo concisamente: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Con estas palabras nos mandó una
cosa y nos prometió otra; hagamos lo que nos mandó, y de esta forma no
desearemos de manera insolente lo que nos prometió; no sea que tenga que
decirnos el día del juicio: «¿Hiciste lo que mandé, para poder pedirme ahora lo
que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me
siguieras». Pediste un consejo de vida. ¿De qué vida, sino de aquella de la que
se dijo: En ti está la fuente de la vida.
REFLEXIÓN
Seguimiento y vida, como una igualdad o ecuación se
oponen a caminar en tinieblas. Seguir es caminar en pos de Él, quien como luz
de vida, alumbra al peregrino. Caminar en tinieblas es azaroso, porque se
transita inseguro, incierto, con temor a tropezar o despeñarse.
Conque hagámoslo ahora, sigamos al Señor;
desatemos los pies de aquellas ataduras que nos impiden seguirle. ¿Pero quién
será capaz de desatar tales nudos si no nos ayuda aquel mismo de quien se dijo:
Rompiste mis cadenas? El mismo que en
otro salmo afirma: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que
ya se doblan. ¿Y en pos de qué corren los liberados y los puestos en pie, sino
de la luz de la que han oído: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no
camina en la tinieblas? Porque el Señor abre los ojos al ciego. Quedaremos
iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe.
REFLEXIÓN
La peregrinación por fe, permite luz de vida,
porque no es evidente que Él sea luz de vida. Solo la evidencia de la fe que es
tiniebla luminosa. Se ve y no se ve. Más que ver se confía uno de quien sigue,
y es confianza no queda defraudada.
Porque
fue necesaria su saliva mezclada con tierra para ungir al ciego de nacimiento.
También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán, y necesitamos que él
nos ilumine. Mezcló saliva con tierra, por ello está escrito: La Palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros. Mezcló saliva con tierra, pues estaba
también anunciado: la verdad brota de la tierra; y él mismo había dicho: Yo soy
el camino, y la verdad, y la vida. Disfrutaremos de la verdad cuando lleguemos
a verle cara a cara, pues también esto se nos promete. Porque ¿quién se
atrevería a esperar lo que Dios no se hubiese dignado dar o prometer? Le
veremos cara a cara. El Apóstol dice: Ahora vemos confusamente en un espejo;
entonces veremos cara a cara.
REFLEXIÓN
La ceguera no es para siempre, sino hasta cuando lo
veamos cara a cara. Ya sin fe, solo por amor de posesión, sin fatiga, ni
hastío, ni aburrimiento.
Y Juan añade: Queridos, ahora somos hijos de
Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Ésta es una
gran promesa. Si lo amas, síguelo. «Yo lo amo –me dices–, pero ¿por qué camino
lo sigo?» Si el Señor tu Dios te hubiese dicho: «Yo soy la verdad y la vida», y
tú deseases la verdad, y anhelaras la vida, sin duda que hubieras preguntado
por el camino para alcanzarlas, y te estaría diciendo: «Gran cosa, la verdad,
gran cosa, la vida; ojalá mi alma tuviera la posibilidad de llegar hasta
ellas». ¿Quieres saber por dónde? Óyele decir primero: Yo soy el camino. Antes
de decirte a donde, te dijo por donde: Yo soy el camino. ¿Y a dónde lleva el
camino? A la verdad y a la vida. Primero dijo por donde tenias que ir, y luego
a donde. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Permaneciendo junto al
Padre, es la verdad y la vida; al vestirse de carne, se hace camino.
REFLEXIÓN
La carne por Él se hace viator, viajera,
conducente. La clave de corrupción anula y se transforma en compañera
itinerante por el seguimiento de Jesús luz de vida. La carne de Jesús asume
nuestra carne en un humanidad nueva, siempre que le sigamos por fe.
No se te
dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la
vida»; no se te ordena esto. Perezoso ¡levántate! El mismo camino viene hacia
ti y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás
despierto: levántate, pues, y anda. A lo mejor estás intentando andar y no
puedes porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porque
anduvieron por caminos tortuosos bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa
que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos» –
dices–, «pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos.
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