Martes IV semana de Cuaresma
San León Magno Sermón 10 en Cuaresma 3-5
Dice el
Señor en el evangelio de Juan: La señal por la que conocerán todos que sois
discípulos míos será que os amáis unos a otros; y en la carta del mismo apóstol
se puede leer: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Que los fieles abran de par
en par sus mentes y traten de penetrar, con un examen verídico, los afectos de
su corazón; y si llegan a encontrar alguno de los frutos de la caridad
escondido en sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo; y a fin de
hacerse más capaces de acoger a tan excelso huésped, no dejen de multiplicar
las obras de una misericordia perseverante.
REFLEXIÓN
Hallar en uno, por examen de la propia conciencia,
frutos de amor, de misericordia es alentador, porque encuentra una señal de
pertenencia a Dios que es amor. No es lo mismo vivir en la tristeza de la
esterilidad, que no obstante un modesta cosecha, darse cuenta de que a
dirección continúa siendo hacia adelante, hacia la totalidad del bien.
Pues si
Dios es amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la Divinidad no
admite verse encerrada por ningún término. Los presentes días, queridísimos
hermanos, son especialmente indicados para ejercitarse en la caridad, por más
que no hay tiempo que no sea a propósito para ello; quienes desean celebrar la
Pascua del Señor con el cuerpo y el alma, han de tratar conseguir, sobre todo,
esta caridad, porque en ella se halla contenida la suma de todas las virtudes y
con ella se cubre la muchedumbre de los pecados.
REFLEXIÓN
Porque la caridad es un atajo. Más bien : el camino
real y lo demás son atajos. Quien se empeña en ello, puede no confesar con
precisión, ni íntegramente la fórmula de fe, pero atina en la sustancia, en el
núcleo.
Por esto
al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más eminente, con el que la
sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, comencemos por preparar
ofrendas de misericordia, para conceder por nuestra parte a quienes pecaron
contra nosotros lo que la bondad de Dios nos concedió a nosotros. La largueza
ha de extenderse ahora con mayor benignidad hacia los pobres y los impedidos
por diversas debilidades, para que el agradecimiento a Dios brote de muchas
bocas, y nuestros ayunos sirvan de sustento a los menesterosos. La devoción que
más agrada a Dios es la de preocuparse de sus pobres, y cuando Dios contempla
el ejercicio de la misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su
piedad. No hay por qué temer la disminución de los propios haberes con esas
expensas, ya que la benignidad misma es una gran riqueza, ni puede faltar
materia de largueza allí donde Cristo apacienta y es apacentado.
REFLEXIÓN
Nuestro
constante desafío, ante propios y extraños, consiste en vencer la resistencia a
dar con generosidad, porque siempre surgen voces que intimidan la mano abierta,
so capa de evitar el despilfarro.
En toda
esta faena interviene aquella mano que aumenta el pan cuando lo parte, y lo
multiplica cuando lo da. Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y
alegre, porque obtendrá la mayor ganancia cuando se haya quedado con el mínimo,
según dice el bienaventurado apóstol Pablo: El que proporciona semilla para
sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y
multiplicará la cosecha de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor nuestro, que
vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
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