martes, 12 de noviembre de 2024

SAN CARLO DE JESUS ACUTIS DE ASIS


 

 

 

COMPAÑERO Y AMIGO ENTRE TODOS FORMANDO EQUIPO SIEMPRE 

De la carta encíclica Ecclesiam Dei del papa Pío once
(AAS 15 [1923], 573-582)
Derramó su sangre por la unidad de la Iglesia


Sabemos que la Iglesia de Dios, constituida por su admirable designio

para ser en la plenitud de los tiempos como una inmensa familia que

abarque a todo el género humano, es notable, por institución divina, tanto

por su unidad ecuménica, como por otras notas que la caracterizan.

En efecto, Cristo el Señor no sólo encomendó a solos los apóstoles la

misión que él había recibido del Padre, cuando les dijo: Se me ha dado

pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los

pueblos, sino que quiso también que el colegio apostólico tuviera la

máxima unidad, unido por un doble y estrecho vínculo, a saber:

intrínsecamente, por una misma fe y por el amor que ha sido derramado

en nuestros corazones con el Espíritu Santo; extrínsecamente, por el

gobierno de uno solo sobre todos, ya que confirió a Pedro la primacía

sobre los demás apóstoles, como principio perpetuo y fundamento visible

de unidad. Y, para que esta unidad y acuerdo se mantuviera a

perpetuidad, Dios providentísimo la consagró en cierto modo con el signo

de la santidad y del martirio.

Este honor tan grande obtuvo aquel arzobispo de Pólotzk, llamado

Josafat, de rito eslavo oriental, al que, con razón, consideramos como el

hombre más eminente y destacado entre los eslavos de rito oriental, ya

que difícilmente encontraríamos a otro que haya contribuido a la gloria y

provecho de la Iglesia más que éste, su pastor y apóstol, principalmente

cuando derramó su sangre por la unidad de la santa Iglesia. Además,

sintiéndose movido por un impulso celestial, comprendió que podríacontribuir en gran manera al restablecimiento de la santa unidad

universal de la Iglesia el hecho de conservar en ella el rito oriental eslavo y

la institución de la vida monástica según el espíritu de san Basilio.

Pero entretanto, preocupado principalmente por la unión de sus

conciudadanos con la cátedra de Pedro, buscaba por doquier toda clase de

argumentos que pudieran contribuir a promover y confirmar esta unidad,

sobre todo estudiando atentamente los libros litúrgicos que, según las

prescripciones de los santos Padres, usaban los mismos orientales

separados. Con esta preparación tan diligente, comenzó a dedicarse a la

restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con

tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban "ladrón de almas".


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