De la carta encíclica Ecclesiam Dei del papa Pío once(AAS 15 [1923], 573-582)Derramó su sangre por la unidad de la Iglesia
Sabemos que la Iglesia de Dios, constituida por su admirable designio
para ser en la plenitud de los tiempos como una inmensa familia que
abarque a todo el género humano, es notable, por institución divina, tanto
por su unidad ecuménica, como por otras notas que la caracterizan.
En efecto, Cristo el Señor no sólo encomendó a solos los apóstoles la
misión que él había recibido del Padre, cuando les dijo: Se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los
pueblos, sino que quiso también que el colegio apostólico tuviera la
máxima unidad, unido por un doble y estrecho vínculo, a saber:
intrínsecamente, por una misma fe y por el amor que ha sido derramado
en nuestros corazones con el Espíritu Santo; extrínsecamente, por el
gobierno de uno solo sobre todos, ya que confirió a Pedro la primacía
sobre los demás apóstoles, como principio perpetuo y fundamento visible
de unidad. Y, para que esta unidad y acuerdo se mantuviera a
perpetuidad, Dios providentísimo la consagró en cierto modo con el signo
de la santidad y del martirio.
Este honor tan grande obtuvo aquel arzobispo de Pólotzk, llamado
Josafat, de rito eslavo oriental, al que, con razón, consideramos como el
hombre más eminente y destacado entre los eslavos de rito oriental, ya
que difícilmente encontraríamos a otro que haya contribuido a la gloria y
provecho de la Iglesia más que éste, su pastor y apóstol, principalmente
cuando derramó su sangre por la unidad de la santa Iglesia. Además,
sintiéndose movido por un impulso celestial, comprendió que podríacontribuir en gran manera al restablecimiento de la santa unidad
universal de la Iglesia el hecho de conservar en ella el rito oriental eslavo y
la institución de la vida monástica según el espíritu de san Basilio.
Pero entretanto, preocupado principalmente por la unión de sus
conciudadanos con la cátedra de Pedro, buscaba por doquier toda clase de
argumentos que pudieran contribuir a promover y confirmar esta unidad,
sobre todo estudiando atentamente los libros litúrgicos que, según las
prescripciones de los santos Padres, usaban los mismos orientales
separados. Con esta preparación tan diligente, comenzó a dedicarse a la
restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con
tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban "ladrón de almas".
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