San Ambrosio Huida del mundo 6,36; 7,44; 8,45; 9,52
Donde está el corazón del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él, ya que su ser supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad perpetuas, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción. Éste es el bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí, sino que es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y por lo tanto todo lo bueno, divino, y todo lo divino, bueno; por ello se dice: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente; pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes sin mezcla alguna de mal. Bienes que la Escritura promete a los fieles al decir: Lo sabroso de la tierra comeréis.
REFLEXIÓN
Apegarnos al Sumo Bien resulta entonces la cima del ágape, el amor en sentido prístino y ejemplar, atracción de todo amor menos puro e imperfecto. Sólo Dios único Bueno lo puede atraer, desde unos bienes relativos y a medio hacer, entre los que nos ensayamos para amar hasta la cumbre. Amar así no es fácil, pero es posible con su ayuda, que no se niega jamás.%20(2022_08_05%2020_49_34%20UTC).jpg)
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